Un pacto con el humanismo
A 327 metros sobre el nivel del mar más azul del mundo, entre el perfume de los naranjos y la memoria del tiempo, está la Villa San Michele. Es el punto más alto de la isla de Capri; un lugar que parece unir en un solo elemento, la inmensidad del cielo, la profundidad del mar y el arraigo de la tierra. Allí vivió un mítico hombre sueco, inspirador, músico y viajero; arqueólogo y políglota; el médico más joven de la Europa de fines del siglo XIX; un filántropo escritor llamado Axel Munthe.
Siglos atrás, San Michele había pertenecido a un emperador romano; hoy le pertenece a la luz. Luz que viene del cielo y del alma. Luz que la bondad de Axel Munthe dejó como herencia infinita, entre las enredaderas color esperanza, y las flores de azahar.
Hoy sentí la necesidad de regresar a San Michele; a sus corredores de viento y sus caminos de piedra; columnas blancas; esculturas de hombres mirando al mar, como si quisieran beberse sorbo a sorbo el agua y la sal; tomarse la sabiduría como un instrumento para hacer el bien, y descubrir la incontenible dimensión que alberga un átomo de humanidad.
Hoy sentí la necesidad de regresar a San Michele y volver la mirada sobre todo aquello que uno jamás debería olvidar, si quiere vivir y morir humildemente orgulloso, de ser un médico de verdad.
Cuando tenía unos 15 años me regalaron La Historia de San Michele. ¡Infinitas gracias! Ese libro -junto con un tío al que adoré, y un entrañable neurocirujano que vive en el cielo- fueron mi bitácora, a la hora de elegir la profesión más bella del mundo.
Hoy sentí la necesidad de regresar a San Michele, porque me duele ver pasar en un desfile de carrozas de estaño, mil y un argumentos que a veces esgrimen algunos, para dejar de ser lo que juraron ser. Pasan por sus manos el lucro y el olvido, el egoísmo y la vanidad. Pasan por delante de nuestros ojos, sus promesas incumplidas; pasan las mentiras a gritos y la complicidad del silencio.
Hoy sentí la necesidad de regresar a San Michele.
Por un momento cerré los ojos para ver mejor, y sentí en la mesa de trabajo, entre las paredes de un hospital construido con amor, aquí -tan lejos de Sorrento y tan cerca de mis amigos- la esencia de lo que significa comprometerse de verdad con el arte de la medicina: un pacto con el humanismo y la ética, la dignidad y el conocimiento solidario; una forma de habitar el mundo en función de sanar, acompañar y cuidar. Una mano permanentemente abierta a la vida. Un logro difícil y valiente, que equilibre razón y emoción.
Hoy recordé (es decir, volví a pasar por el corazón) que la Villa San Michele, es un lugar para llevar entre la piel y la conciencia: puede sentirse donde haya un ser humano enfermo, y otro que lo quiera aliviar con un saber generoso, con un abrazo del alma, con un respeto, lúcido y eterno.