PUERTO LIBERTAD
Erizos sin mar
EL próximo alcalde deberá ocuparse en serio de la cultura ciudadana. Con todas las burlas que desataron los mimos de Mockus, muéstrenme un gobernante que antes o después de él, haya trabajado más que el excéntrico Antanas, por civilizar los comportamientos urbanos.
Muchas de nuestras emergencias crónicas (en Colombia urgencia y cronicidad no son antónimos) tienen su origen en la falta de conducta cívica. La ausencia de respeto interpersonal y del más elemental cariño por este gigante frío, teatral y montañoso que llamamos capital, nos ha convertido en una ciudad que se acostumbró al miedo. Y acostumbrarse al miedo es acostumbrarse a la muerte lenta, a la ósmosis de la derrota.
Nos dan miedo las cosas más elementales: caminar, conducir, montar en bus; pagarle a un taxista o ayudarle a un transeúnte. En mucho de lo que lleva implícito el concepto de lo público vemos la sombra de un riesgo. Y en el ámbito privado, la externalidad nos asusta.
Nuestras casas están llenas de rejas, alarmas y circuitos cerrados; y tal cual es nuestra actitud. Optamos por vivir a la defensiva, y hemos perdido espontaneidad, alegría, esa casi sensual ingenuidad frente al quehacer y al “quepensar” de cada día. Nos volvimos erizos, sin mar.
A veces veo en nuestra capacidad de reacción frente a lo tórpido del fuero ciudadano, la triste condición de las momias de Guanajuato: detrás de una vitrina, engarrotadas, huesudas e inermes, contemplan sin ojos cómo pasa la vida de los otros. ¡Fatal!
Nos intimidan el matón de la buseta, el ladronzuelo de bayetilla y deshabitante que almuerza con bóxer. Nos convertimos en víctimas calificadas, de otras víctimas que se criaron como inquilinos de la pobreza física y emocional de una sociedad asocial, sin normas ni solidaridad.
Llevamos décadas siendo permisivos con la indolencia y la delincuencia, con el maltrato y la inequidad. Dejamos apagar la chispa de la corresponsabilidad ciudadana, y estamos sufriendo las consecuencias.
El vandalismo, y todos los abusos que rodean a Transmilenio reflejan el poco entrenamiento de las personas en valorar lo público, estimar la propia vida y medir las consecuencias de los actos.
Algunos reporteros afirman como brillante corolario: “No se justifica arriesgar la vida por $ 1.800”. Mmmm… Pero si costara $ 2.500 o $18.000, ¿entonces sí se justificaría? ¿Por qué será tan difícil juntar micrófono y pensamiento?
Por norma, por lógica y mercado, uno paga por lo que consume, llámese Coca-cola, transporte o Tiffany. Pero ninguna de las tres cosas, debería costar la vida.
La vida no es moneda, ni mercancía; no se arriesga por dinero, no se compra con plata, ni se vende por ella. Simplemente, no podemos convertirnos en sicarios de nosotros mismos.
Así es que el próximo alcalde (ojalá cortemos la ola de ineficiencia que nos viene ahogando, y elijamos a Pardo): invierta lo que más pueda en construcción de ciudadanía; le garantizo que eso es mejor que invertir en Xanax y en cementerios. Merecemos y necesitamos que usted trabaje en la vía de la educación, y todo lo que planee y ejecute, lleve implícito el reto y el logro de consolidarnos como una ciudad decente.