PRISMA
El servicio militar
Como padre, y oficial retirado, no puedo ocultar mi preocupación por la situación que vivimos en nivel familiar y personal, ante el comportamiento irresponsable de jóvenes adolescentes frente al diario vivir y los peligros que asechan la inexperiencia.
Su seguridad es nuestra tranquilidad, pero ese estado de confianza se vulnera cuando los protocolos de prudencia son violentados, o desconocidos olímpicamente por los jóvenes, no es necesario ser padre, el solo contar en la familia con menores ya nuestro bienestar se ve amenazado, pues a todos nos duelen los familiares y más tratándose de adolescentes en flor de la vida. ¿Porque esta nota? Acompáñenme en un razonamiento, empecemos por la rumba los fines de semana, cuando no sabemos los lugares, ni calidad de amistades que frecuentan los muchachos, ahí ya se perdió el control y quedamos en manos del destino, el exceso de licor, las drogas, más la delincuencia diurna y nocturna que los embosca a cada paso, continuemos con su vinculación a grupos violentos enfrentados por razones baladíes, o algo peor, involucrados a tribus urbanas, todo, sin olvidar las barras bravas vergüenza del deporte colombiano; en la mayoría de los aspectos bosquejados los menores pueden actuar como víctimas o victimarios sin que sus mayores lo noten, enterándose solo cuando las circunstancia lo ponen de manifiesto, -aceptemos-, los padres ignoramos la verdad verdadera del proceder de los hijos. Los valores se han venido perdiendo y su futuro está en entredicho, el liderazgo del educador está lejos de incidir en el comportamiento juvenil , que en el interior del hogar muestra una cara muy diferente a la figura exhibida en andanzas matizadas de trago, droga o aquella ansiedad, producto de exaltación anímica mal direccionada por aficiones deportivas.
¿Qué hacer? Debemos disciplinar estos muchachos, necesitan un poco de carácter paterno y exigencia materna, comportamientos ausentes por el excesivo amor o tolerancia.
Permítanme una anécdota. Cierta madre desconsolada ante su díscolo hijo preguntó, ¿cómo lo re-direcciono? Un amigo le recomendó presentarlo a su cita con la patria, permitirle prestar servicio militar, -que le sirva a la patria-, le dijo, a poco tiempo estaba agradeciendo al cielo esta decisión dura para su corazón, pero importante para su hijo. La vida castrense templa el carácter, disciplina al hombre, forma la voluntad y educa al individuo; muchos padres buscan evitarle ese paso, sin entender que están negado a su vástago, una posibilidad de proyectar futuro y desarrollar la personalidad, aspectos vitales en la realización del ser, bases forjadoras de independencia y responsabilidad en sus actos. El regreso del servicio es encuentro fraternal, aquel abrazo de dos varones ¡un padre realizado y un hijo hecho hombre!, curtido por penurias pero fortalecido en coraje.¿No es mejor morir por la patria que por una camiseta?