El toque de queda para menores
De las medidas tomadas por la administración Petro una de las más acertadas ha sido el control sobre los menores fuera del hogar en altas horas de la noche, aunque no creo que sea cosecha del burgomaestre, sino del secretario de Gobierno, Guillermo Asprilla, debo reconocer que se trata de una disposición favorable, oportuna, de mucha ayuda para los padres y la sociedad en general, experimento digno de imitar y conveniente de aplicar en otros municipios, con los ajustes del caso sustentados en tradición y costumbres, permítanme hacer claridad.
En épocas pasadas los hijos dependían de sus progenitores y a ellos obedecían, éstos controlaban la conducta de los menores respondiendo por su educación, formación y proceder, es decir, la autoridad paterna era respetada a la vez que atendida, situación que coadyuvaba al esfuerzo de educadores quienes complementaban la cultura familiar; con el paso de los años y la evolución social la célula primaria se fue desgastando, en detrimento de muchos valores morales y éticos dando paso a nuevos conceptos sobre educación, lo que cobija el respeto hacia la juventud, control al maltrato y la observancia de ciertos derechos, que malinterpretados han dado paso a una escandalosa licencia infantil para obrar como mayores. Unido a lo anterior debemos enfrentar los adelantos tecnológicos, la información generalizada poco o nada filtrada y el avance general del mundo; lo mencionado hasta este punto, ligado a cierta descomposición familiar conduce a un caos social gravísimo, que coarta los recursos de progenitores para actuar con autoridad y potestad; ante el caos vivido, es urgente convocar las fuerzas vivas para presentar un frente amplio de luchas, afirmando la unidad familiar y la autoridad paterna con leyes bien concebidas, evitando la descomposición infantil que amenaza nuestra niñez.
Para nadie es un secreto que hoy los jóvenes se inician en el alcohol a temprana edad, como tampoco lo es la presencia de drogas en su vida, pero drogas de toda clase, no existe discriminación sobre la cantidad o tipo de estupefaciente, su corta edad no les permite distinguir; detalle aprovechado por los jíbaros que buscan adictos, encontrando terreno abonado en los niños, no podemos olvidar la posibilidad de llevarlos hacia el delito inducidos por mayores, de manera que el panorama es anárquico y pide a gritos soluciones.
Acompañemos las autoridades distritales en el tema, se puede montar una campaña vinculando todas las autoridades comprometidas en la lucha, capacitar equipos interdisciplinarios, acordar un presupuesto, no importan los costos, el fin los justifica, y hagamos de Bogotá un laboratorio, comprometamos los padres de familia y educadores en el proyecto ¡son beneficiarios! La administración manejará la estrategia y posiblemente salvaremos la juventud; entreguemos herramientas a los progenitores y conminémoslos a utilizarlas bajo supervisión permanente.