GABRIEL MELO GUEVARA | El Nuevo Siglo
Domingo, 28 de Octubre de 2012

¿Cuántos muertos faltan?

CUANTO más cortas sean las conversaciones para buscar la paz, mayores son sus posibilidades de éxito. Esa  rapidez, por supuesto, no significa superficialidad en el análisis ni irresponsabilidad al tomar decisiones. Es una consecuencia de las características muy especiales que singularizan la prolongada violencia que sufre el país.

Después de 60 años las Farc deben saber qué quieren, cómo buscan sus objetivos, en cuáles persisten, de cuáles desisten y si continúan la lucha armada o se deciden a perseguir el poder por caminos democráticos.

El Estado colombiano, por su lado, debe tener definidos los mismos temas. Y los dos saben  qué piensa y cómo actúa el otro.

No hay, entonces, ninguna razón para dilatar las conversaciones. A menos que los propósitos proclamados de dientes para afuera resulten bien distintos de las verdaderas intenciones, y el diálogo sea apenas una  de las varias formas de lucha.

Las Farc tienen que definir si pretenden ser un “Estado en gestación” o si sus miembros se reinsertarán como ciudadanos pacíficos del Estado colombiano. Porque si continúan en la misma línea fijada desde la salida de Marquetalia, El Pato, Guayabero y Río Chiquito y reteñida en sus largos años de actividad, no hay posibilidad de acuerdo ni vale la pena insistir en un proceso destinado al fracaso.

El Gobierno tendrá que precisar si está dispuesto a proponerle al país que acepte una representación guerrillera en el Congreso, como cuota de las contraprestaciones por la desmovilización.

Y si acomoda las leyes pertinentes para  incorporar los capitales que buscarán  reinsertarse. Y si aprueba amnistías e indultos, bautizados con su nombre propio o con cualquier alias jurídico, pasando por encima de leyes nacionales y sacándoles el quite a las internacionales. Y si les abre las puertas de las cárceles a los guerrilleros presos.

Y si mira para otro lado y acepta que no hay secuestros, extorsiones ni narcotráfico, para no parcelar la credibilidad en la palabra de las Farc. Y si emprende obedientemente la reforma agraria que le pidan.

Y si exige que entreguen las armas…

Todo esto y los demás temas que se pueden agregar a la lista vienen pensándose, repensándose y volviéndose  a pensar  desde mediados del siglo pasado, lo cual permite definir la posición de cada parte en pocos días, para no decir que en pocas horas o en unos cuantos minutos.

A no ser que la mesa de negociaciones se mire como  un  campo de batalla mediática, que exhibe ante el mundo la habilidad guerrillera enfrentada a una ilimitada candidez estatal.

Entretanto,  continúa  el sacrificio de las infortunadas víctimas de un conflicto que ya nadie quiere.

¿Cuántos muertos más se necesitan para llegar al final? ¿Cuántos más para protocolizar que terminó un conflicto que ya se acordó terminar? ¿Cuántos  por la demora en convenir  lo que se sabe que va a convenirse de todas maneras?

Y si no es así, si no hay una firme voluntad de paz y acercamientos sinceros ¿cuántos colombianos más morirán por la intensificación de la violencia, agudizada para impresionar a la contraparte en una negociación predestinada al fracaso?