La guerra perdida del comandante
No me alegro por la muerte de Hugo Chávez en absoluto, y hasta creo que llegaré a extrañar su característica chabacanería en medio de las acartonadas cumbres presidenciales que se ahogan con sopor entre un mar de protocolos, pero tampoco formaré parte de aquella odiosa hipocresía post mortem que lo quiere elevar a un pedestal como el gran líder de Latinoamérica. Entiendo el dolor de su pueblo y respeto el luto de los venezolanos que hoy se sienten huérfanos. Que escurran las lágrimas de pena que sean necesarias, que empiece la catarsis democrática tan necesaria para nuestros vecinos, pero que el efecto purificador de los funerales no se lleve consigo la verdad.
Que Chávez ha sido la figura política con mayor trascendencia internacional de nuestro continente en los años recientes, es cierto, pero no consiguió tales calidades a punta de trabajo y ejemplo, todo lo contrario, se hizo a su fama por el talante guerrerista que su educación castrense le impartió, por sus particulares amistades y el sello mediático que todos sus actos, algunos realmente poco cuerdos, llevaban. No será recordado como uno de los grandes estadistas del siglo XXI porque no lo fue, sólo quedará de él la quijotesca sombra de un hombre que se escudó tras un anquilosado socialismo para llenar los bolsillos de los burócratas estatales, esos especímenes llenos de capitalismo hasta el tuétano.
Tampoco salgamos con que Colombia pierde un gran aliado, un mejor amigo y demás eufemismos absurdos que han inundado los medios en estos días. Comprendo que quieran ser decentes en estos tiempos tristes para nuestros hermanos más allá del Orinoco, pero con decir mentiras no los haremos sentir mejor. Desde los tiempos de Uribe, Chávez vino siendo un factor desestabilizante, aún recuerdo su disparatada arenga televisiva donde solicitó instalar tropas en nuestra frontera. Que nuestras relaciones hayan cambiado para bien con Santos fue algo más por conveniencia que por convicción, pues en sus épocas de candidato presidencial tampoco se salvó de los dardos bolivarianos.
Su muerte no lo canoniza. Para mí seguirá siendo el hombre que de noche ocultaba a las Farc en Caracas mientras de día clamaba al aire por la paz de nuestro territorio, el mismo que tras cada rabieta nos amenazaba con sus aviones Sukhoi, el que ponía en apuros a Cúcuta cerrando la frontera porque sí y porque no, el que nos quería quitar la Guajira y los llanos alegando su propiedad. No seamos cínicos, Chávez no era el amigo de Colombia, a mí no me vengan con eso.
Esa es la guerra perdida del comandante, la única contienda que no pudo ganar, la de su propia humanidad, la carrera eterna contra la parca, la misma que todos eventualmente terminaremos perdiendo también.
Obiter Dictum: No entiendo cómo las empresas poderosas de este país sacan pecho con el orgullo alborotado en televisión nacional por donarle $100 millones a la Teletón cuando eso es lo que entregan en cada capítulo de “¿Quién Quiere Ser Millonario?”. La responsabilidad social no es el fuerte de algunos industriales.