Un claro problema
Mi teléfono dejó de tener pulso el viernes antepasado, pero pensé que sería una cuestión temporal y lo dejé pasar. La señal de internet se mantuvo en intermitencia de código Morse hasta el domingo por la noche cuando cayó definitivamente y, como si nada pudiera empeorar, la televisión salió del aire el festivo muy temprano. En aquel punto era bastante fácil distinguir entre tres coincidencias infortunadas y un fallo sistémico del servicio de Claro.
Les llamé desde la línea de mi vecino y del otro lado del auricular una chica me intentaba explicar un “problema de niveles” que aún hoy no logro entender. Frustrado, me programaron una revisión técnica de esas que tanto odio para el miércoles, aquí estuve y con resignación dejé que el técnico desconocido ingresara a la intimidad de mi hogar sólo para decirme que no podía hacer nada porque había un “aviso” en la cuadra que no le autorizaba ninguna operación. En resumen, 3 horas de oficina perdidas mirando para el techo.
Volví a llamar a Claro, por consejo del técnico, para planillar otra visita y me la asignaron para el sábado en la mañana. Aquí estuve esperándolos y al ver que no llegaba nadie averigüé en su 6500500 por dónde iban, todo para que me dijeran que no iban porque, según ellos, yo no tenía ninguna cita programada. Esa fue la gota que rebosó la copa.
Carlos Slim puede ser el hombre más rico del mundo y todo lo que quiera, pero no se le puede olvidar que una milésima parte del whisky que se está bebiendo en alguna playa paradisíaca del Caribe se lo estoy pagando yo junto con millones de usuarios que Claro tiene en Colombia. Por ello, como cliente suyo que siempre tiene la razón, exijo respeto frente a mi condición de consumidor y exhorto por una mejor prestación del servicio.
Lo que hoy hace esta empresa es una bofetada al usuario, una vergüenza para las telecomunicaciones del país y un supuesto perfecto para demandarles una indemnización de perjuicios por el lucro cesante surgido del trabajo que las personas no pueden ejecutar en sus casas u oficinas sólo porque a esta compañía le quedó grande satisfacer las necesidades de su porción dominante del mercado.
Peor estamos ahora que el Ministerio de las Telecomunicaciones se dejó seducir por los millones que esta empresa puede invertir en Colombia y le permitió participar en la puja por el espectro electromagnético, una decisión irresponsable que no tuvo en cuenta las elevadísimas cantidades de quejas de usuarios que Claro recibe constantemente. Al ministro Molano le faltó el carácter que le sobraba al exsuperintendente De La Calle para frenar en seco a este titán industrial.
Señores Claro, no les pido nada fuera de aquello a lo que ustedes se comprometieron cuando firmamos nuestro contrato. Quiero mis servicios de vuelta, con prontitud, en perfecto estado y sin fallas ni disculpas insípidas desde su callcenter. Yo pago puntual su factura con billetes que no son falsos ni tendrán nunca un “problema de niveles” ¿Les quedó claro?
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FuadChacon