Naufragios en medio de la nada
La libertad de una persona es una moneda con dos caras opuestas y bien diferenciadas. Dos polos de un mismo imán que nos abren un abanico de comportamientos tan amplios y disímiles, cuya mezcla da forma a la estructura de lo que llamamos “existencia”.
Por un lado encontramos la arista “positiva” -categoría odiosa bajo el ropaje de un signo más y un signo menos- en la cual uno tiene derecho, por ejemplo, a gastar su dinero sin restricciones, estudiar para alcanzar un título profesional, casarse y tener hijos o vivir como siempre soñó. Por el otro tenemos la orilla “negativa”, allí se tiene derecho exactamente a lo mismo sólo que visto desde el interior de un espejo: ahorrar su dinero en un banco, seguir su vocación de mago sin ir a la universidad, ser el tío solterón de la familia o, por supuesto, escoger cuándo morir.
Ambos tipos de libertad son respetables y perfectamente válidos, particularmente en el último caso, donde se baten en duelo el instinto genético de autoconservación con la capacidad inherente de cada quien para disponer de su propia vida. El Congreso así lo ha entendido y por ello avanza a toda máquina el proyecto que regulará la eutanasia en Colombia. Una reglamentación valiente que se abre paso gallardo entre los tiempos trémulos y los funcionarios públicos anquilosados en épocas medievales que nos atienen.
Imagine por un instante estar atrapado en usted mismo. Postrado en una cama como una lacónica estatua de carne y hueso, inconsciente para los demás en el exterior, pero lúcido para sí en sus entrañas. Imagine ser el capitán de su inmóvil espera, mientras navega por los mares interminables de su propio yo. Esto contando con la suerte de que aquel viaje sin puerto que emprendió involuntariamente no tenga como compañero al dolor, patología inexpresable porque su cuerpo ahora es una prisión, un laberinto familiar y a la vez ajeno del que muchos pacientes nunca logran salir.
Todos ellos constituyen naufragios en medio de la nada, islas que se alzan entre océanos de agonía, sobrevivientes escribientes de peticiones de ayuda que arrojan encapsuladas en botellas. Y aunque el proyecto del Congreso sólo contempla por el momento la opción del suicidio asistido para sujetos conscientes, es un excelente primer paso para ampliar la protección a aquellos que médicamente cruzaron el punto de no retorno.
Es hora de que el Estado responda a las llamadas perdidas de sus pacientes terminales con una mano piadosa que les permita descansar finalmente cuando ellos así lo estimen necesario. Aquí no hay cálculo político ni religioso, en esta oportunidad que no haya iglesia excomulgando ni partidos buscando votos. Esta iniciativa es superior, es una cuestión de piedad, un gesto altruista de humanidad.
No se muere con dignidad, se vive con ella. Y esperar que el tiempo marchite un cuerpo sólo por el egoísmo de la libertad positiva no corresponde a la descripción de dignidad que consagra la Constitución. La vida no es un corazón rendido que late con ayuda mecánica, es mucho más que eso.
@FuadChacon