Indignación urbana
El tejedor o zapatero (Gerris Lacustris) es un insecto de excelente reputación por su mesiánica habilidad de caminar sobre el agua. Esta impresionante maniobra es obra de un favor que la evolución le hizo a sus patas y de un concepto físico conocido como “Tensión superficial”, la misma que nos permite llenar un vaso hasta un poco más del tope sin que se derrame. El equilibro en el agua es vital, pues una mínima perturbación que altere la cohesión del líquido hará que el tejedor se hunda y muera ahogado. Esta lección básica es clara para los insectos, pero curiosamente no para nuestros gobernantes, y el caos de la semana pasada en Bogotá es prueba contundente de ello.
La sociedad colombiana es una gran masa de agua y los gobiernos de turno son distintos zapateros que se posan sobre ella. El líquido los soporta y mantiene a flote mientras el tejedor hace su labor para mantenerla clara y en orden. Pero sólo es cuestión de dar un mal paso, trastabillar o tropezarse y es el fin, tanto para la paz del agua como para el infortunado animalito, quien encontrará su paradójico destino en las profundidades de la turbulencia. Ese pequeño paso en falso ayer se llamó “reforma a la educación superior”, hoy “sistema de transporte masivo”, mañana puede ser “el alto precio de la gasolina” y pasado mañana quién sabe cómo.
Fuera del vandalismo cobarde, que se disfraza de manifestación, vale la pena detallar cómo la gente está adoptando una consciencia que le impulsa a romper con el pétreo silencio que se apropió de la ciudadanía por años y levantar su voz al unísono contra lo que considera injusto. Lo que el mundo presenció en la capital del país no es otra cosa que la expresión más desproporcionada de la Indignación Urbana, un sentimiento que en esta ocasión se salió de las manos, pero que bien manejado puede llegar a ser la fuerza motriz de interesantes cambios en la forma como se gobierna y, mejor aún, en las condiciones de vida de todos.
Varias cosas han quedado claras de forma contundente: Primero, los sistemas de transporte masivo de toda Colombia (No sólo Transmilenio), pues “cuando las barbas de tu vecino veas cortar, pon las tuyas a remojar”, deben mejorar su tarifa y la calidad del servicio, ya que no hay nada más irritante que pagar $ 1.750 para que lo traten a uno como un costal. Segundo, los gobiernos locales, desde Punta Gallinas hasta la Quebrada San Antonio, así como la administración central, están llamados a escuchar más al pueblo y menos a las chequeras de unos pocos. La época en que le veían la cara a la gente con falsas promesas y huecas excusas se ha acabado, hoy todos quieren ver resultados y los quieren rápido, de lo contrario la delicada tensión superficial se romperá de nuevo y más de un tejedor terminará dando al traste sus oportunidades de seguir caminando sobre el agua.