Una ley bipolar
Petro volvió a la alcaldía de Bogotá para protagonizar la segunda temporada de esta insoportable novela política que capítulo a capítulo va alejándose de cualquier lógica razonable para internarse en el realismo mágico propio de nuestra exótica clase dirigente. Su adicción al poder, tan característica de aquellos líderes a quienes tanto criticó, ha sumido a la ciudad en orfandad tal que hoy hay pocas certeza sobre quién gobierna y por cuánto tiempo lo hará. El Palacio Liévano no es más el cuartel general del progreso de la capital, ahora es un Álamo criollo que solo repeles ataques.
Está claro que este caso dejó al desnudo las colosales falencias de nuestro sistema jurídico. Fallas que ya no pueden enmarcarse como simples grietas sino como sendos cráteres en la arquitectura de la justicia. Lo más curioso de esta paradoja es que todo se ha dado bajo el amparo del derecho y sin que ninguna ilegalidad se haya hecho palpable. Esto deja perplejo a más de uno, pues muchos se preguntarán cómo un ordenamiento puede permitir tales niveles de zozobra entre las líneas de sus normas.
Esta es la cadena de implosiones dentro de una Ley tan bipolar como la nuestra. Todo parte del origen, de aquella facultad desproporcionada que la Constitución le concedió al Procurador. Sigue con el abuso del derecho de Petro y sus fanáticos que prestan sus nombres para hacer diluviar tutelas contra cualquier decisión de los jueces que no les dé la razón. Y finaliza con un sistema de latifundios jurídicos donde togados de rango inferior y especialidad sin relación alguna con la temática que se discute echan por tierra decisiones presidenciales al antojo de sus preferencias.
¿Qué habría pasado si Merlano hubiese trasegado las mismas instancias que Petro para atajar su inhabilidad de 10 años por evitar una multa de tránsito a costa de sus 50.000 votos? Habría terminado su período e incluso hoy estaría repitiendo curul. La diferencia entre él y el alcalde capitalino es que éste tuvo toda la cartera distrital para contratar mejores abogados y aquel no.
Con esto el juego ha cambiado. Ahora la revocatoria de mandato deja de ser una simple evaluación de desempeño y pasa a ser un acto de altruismo con la ciudad. Solo así la ciudadanía podrá poner punto final a esta pantomima en las urnas, allí donde todo comenzó. Que los hombres debatan ante los estrados a la luz de la Ley, pero que al final del día Bogotá prevalezca por encima de los nombres.
@FuadChacon