La ira de la doble moral
En un país donde la igualdad es una de las principales banderas que se enarbolan con la boca llena de satisfacción para presumir de nuestra democracia ante las demás, enviando el mensaje de respaldo hacia la mentira general que nos gusta creer que ésta es para todos y opera porque la ley y las instituciones se encargan de velar por ella, la demostración de lo contrario alcanza límites tan descarados que por momentos asume tintes de realismo mágico. El único recodo de igualdad que queda en Colombia son los goles de la Selección, de ahí para arriba lo que nos encontramos es el paupérrimo escenario de una nación cuyas reglas de juego son tan flexibles y maleables que pueden ajustarse a la medida de las necesidades del apellido que las solicite.
Tal es el caso de lo sucedido con Justin Bieber y su estrambótico tour por las calles de Bogotá. Bien sea odiado, amado o ignorado por usted, amigo lector, no podemos dejar de aclarar que hacer grafitis es una acción que contraviene las normas del Código de Policía, pues para el legislador colombiano constituye un detrimento del patrimonio público. Aunque no tiene los méritos suficientes para convertirse en un delito per se, existen los instrumentos punitivos para castigar su ejecución, lo que hace aún más paradójico el hecho de que fuera el mismo cuerpo policial quien sirviera de cómplice para que el cantante rompiera las normas con su aquiescencia.
Lo que menos nos debe importar en este momento es la calidad del trabajo que realizó o si sus believers quieren declarar monumento nacional el muro de la 26 que hizo las veces de lienzo, lo más inquietante ahora es la ratificación de que aquí unos son más iguales que otros y que por lo visto eso no va a cambiar mientras cabalgue impune la doble moral. Si hoy cualquiera de nosotros fuera al mismo lugar, a la misma hora y realizara los mismos dibujos, en cuestión de minutos se le helarían las muñecas con un par de esposas en la estación de policía más cercana. Eso en el mejor de los casos, pues siempre está latente en el aire, como un recuerdo maldito, la bala disparada a traición que le puede perforar a uno las entrañas como pasó en el renombrado caso de Trípido, el joven grafitero asesinado por la munición estatal.
Esa es la ira de doble moral, la que siente la gente cuando el noticiero que le recuerda que sólo ella debe cumplir la ley y que los que tienen poder la pueden violar con la facilidad que un concejal borracho mete su camioneta en el búnker de la milicia y sale caminando campante por la puerta listo para la siguiente pea.
Obiter Dictum.Uribe puede tener muchos trinos disparatados en su cuenta de Twitter, pero aquel en el que publicó la foto de los cabecillas de la guerrilla vacacionando en La Habana no pudo ser más oportuno y realmente nos invita a pensar si todo este trajinar realmente vale la pena.
@FuadChacon