La encíclica sobre la fraternidad y la amistad social del Papa Francisco está llena de mensajes que, como en el caso de Laudato si´, su anterior encíclica sobre el medio ambiente, desbordan ampliamente el ámbito de la fe y se convierten en una poderosa batería conceptual para reflexionar sobre la solidaridad y la preocupación por el otro, y ello no solo en razón de la crisis creada por el Covid 19.
Para quienes pudieran entender que aquella contiene simplemente un mensaje antiliberal, por las duras críticas que hace al individualismo exacerbado o a la globalización deshumanizada, bastaría recordar que tanto los cuestionamientos como los llamados a la reflexión que allí se hacen, conciernen a todas las ideologías, a todas las culturas y por supuesto, a todos los populismos actuales, al tiempo que algunos de sus apartes más relevantes aluden al valor de la libertad y a su entrelazamiento indisoluble con la igualdad y la fraternidad.
De lo que se trata, nos dice el Papa, es de “hacer posible el desarrollo de una comunidad mundial, capaz de realizar la fraternidad a partir de pueblos y naciones que vivan la amistad social”, y de “la mejor política puesta al servicio del verdadero bien común”. A lo que llama no es a un consenso vacío, sino a un “realismo dialogante, de quien cree que debe ser fiel a sus principios, pero reconociendo que el otro también tiene el derecho de tratar de ser fiel a los suyos”.
Pluralismo y diversidad son sin duda la clave de este documento, pero también la advertencia de que “el relativismo no es la solución”. Afirma el Pontífice que ante todo, se trata de “la búsqueda de los fundamentos más sólidos que están detrás de nuestras opciones y también de nuestras leyes. Esto supone aceptar que la inteligencia humana puede ir más allá́ de las conveniencias del momento y captar algunas verdades que no cambian, que eran verdad antes de nosotros y lo serán siempre. Indagando la naturaleza humana, la razón descubre valores que son universales, porque derivan de ella”.
Por supuesto muchas afirmaciones no dejarán de suscitar controversia, e incluso incomodar. Así, por ejemplo, más allá de la coyuntura ligada al debate electoral en los Estados Unidos, en relación con la cual el Papa dijo no querer interferir, lo cierto es que muchos de los apartes de la encíclica servirían para llenar de contenido y de verdaderos interrogantes los fallidos debates que han tenido los candidatos. Servirían también de prueba ácida de sus discursos, y particularmente del insensible ideario del presidente Trump.
Muchos apartes también parecieran estar dirigidos a Colombia, sin nombrarla: “La verdad no debe, de hecho, conducir a la venganza, sino más bien a la reconciliación y al perdón”, “los que perdonan de verdad no olvidan, pero renuncian a ser poseídos por esa misma fuerza destructiva que los ha perjudicado. Rompen el círculo vicioso, frenan el avance de las fuerzas de la destrucción”.
También pareciera dirigido a Colombia el llamamiento final en el que luego de recordar que, salvo distorsiones que el documento condena, “las religiones no incitan nunca a la guerra y no instan a sentimientos de odio, hostilidad, extremismo, ni invitan a la violencia o al derramamiento de sangre”, el Papa nos convoca a que asumamos “la cultura del diálogo como camino; la colaboración común como conducta; el conocimiento recíproco como método y criterio”. @wzcsg