Crece en el mundo la indignación por la brutal represión que sufre un desesperado pueblo venezolano, que presenciamos a diario en nuestros televisores.
A la mayoría nos parece increíble que en pleno siglo XXI, anunciado como el de la libertad, la gente se mate tratando de encontrarla y que, lo que es aún peor, existan tiranos como Maduro y sus esbirros que traten de imponer el fracasado credo socialista, imaginado por Carlos Marx en 1867 y complementado por Federico Engels.
Sin embargo, sabiendo que no todos lo tienen claro, es bueno repasar las razones que contribuyeron al fracaso de esa ideología, que casi fue una religión, que prometía la igualdad para todos en un mundo material y que cautivó a tantos durante mucho tiempo y que hoy ha sido descartada casi por todos.
Recordemos que cuando Marx escribió El Capital, biblia de esa ideología, la confrontación entre los dueños del capital y los proletarios contratados en condiciones paupérrimas para operar aquellas maquinas novedosas de la revolución industrial, parecía inevitable.
Afirmaba que la apropiación de la plusvalía, generada por la mayor productividad de tan novísimos instrumentos, sumadas al bajo salario pagado a los obreros, era a todas luces inmoral, pues condenaba a la pobreza eterna y a la desesperanza a la clase trabajadora.
En consecuencia, el único camino para liberarse de tan pesado yugo y peor destino, tendría que ser la rebelión; alzarse en armas, y arrebatarles de esta forma los otros dos factores de producción, tierra y capital, que estaban en manos de los opresores.
Ese parecía ser el único camino para construir un mundo igualitario, digno y justo. Muy atractivo era su discurso, el cual, Lenin, años después supo aprovecharlo.
Pero ¿por qué no se cumplió ese mensaje tan apocalíptico como atractivo? En primer lugar, porque la democracia jugó un destacado papel para evitarlo.
En efecto, en los parlamentos europeos se aprobaron las primeras leyes que regularon las jornadas laborales y pusieron en cintura la explotación desenfrenada, infame en sus comienzos.
Pero, además, como lo explica en forma didáctica Peter Drucker en su obra La Sociedad Postcapitalista, fue la aplicación del conocimiento al sistema de producción y la apropiación del mismo por parte de la clase trabajadora, lo que más contribuyó a que dicha confrontación no se diera, y que los obreros en EU y Europa occidental recorrieran una provechosa senda de progreso con mejores ingresos. Solo hay que mirar el vertiginoso progreso de la clase trabajadora desde los años 50s para corroborarlo.
Dicha unión entre sólidas democracias, apropiando sus valores y progreso material, condujo a la implosión del mundo comunista detrás de la cortina de hierro. La caída del muro de Berlín fue su consecuencia; China, aunque gobernada formalmente por el comunismo, giró para su bien, hacia la economía de mercado, iniciando su transformación económica.
En cambio, producto de débiles democracias y carencia de progreso, en el tercer mundo sufrimos por la aplicación de ese sistema fracasado que debemos erradicar de raíz.