En estas celebraciones decembrinas es contagiosa la inocente felicidad de los niños durante las novenas navideñas, quienes cantan, ríen y esperan relajados los aguinaldos de sus familiares y amigos; por momentos alcanzan a llenarnos a todos con su alegría desbordada.
Desafortunadamente, basta que sintonicemos las noticias o leamos los periódicos para comprender que ciertamente no atravesamos días que nos inviten al optimismo.
Coincido con las afirmaciones de muchos avezados analistas que muestran la oscuridad con que concluirá el año que corre.
En el ámbito internacional la incertidumbre y la inseguridad generalizada es la constante. Pareciera que no solo carecemos ahora de un orden internacional estable, como el que tuvimos hasta hace pocas décadas, sino que el mundo, tal como lo conocimos, desapareció casi del todo.
Finalizó una época que nos invitó al regocijo desde el estruendoso fracaso del comunismo, cuyo punto más alto se dio, hace un poco más de un cuarto de siglo, con la caída del muro de Berlín.
Entonces, un aire fresco portador de una sensación de libertad generalizada recorrió todos los rincones. La civilización occidental se vio campeona y Europa, nido donde se impulsó ese modelo, se mostró orgullosa.
Es el fin de la historia, dijo embriagado de felicidad, algún prestigioso intelectual; es la derrota definitiva del mal, dijeron otros.
No hubo espacio para el pesimismo. El siglo XX, calificado como el más sangriento de la historia, parecía obligado a dar paso al que se avizoraba como pacífico y lleno de oportunidades de progreso para quien quisiera aprovecharlo.
No solo era que el equivocado sistema socialista había dejado de existir, se afirmaba, sino también, las dictaduras y opresiones.
Nadie imaginó, por desgracia, que el nuevo siglo traería el surgimiento de peligrosos radicalismos religiosos; la utilización de la espada solo en defensa de su fe, como la empleó Mahoma, seria ahora para revanchas terroristas.
Pero además, como si faltaran sorpresas, impulsados por políticos populistas, los aires de libertad económica empezaron a cambiarse por proteccionismos nacionalistas que amenazan con cerrar las fronteras a los intercambios comerciales y por tanto engendrarán contracciones económicas; cargados nubarrones empañan el horizonte.
Si ese es el sombrío panorama internacional, al interior de nuestro país, las cosas no pintan mucho mejor.
Un obsesionado Presidente, que ha pretendido hacer un proceso de paz excluyente, nos ha llevado a que ese anhelo de todos, se haya convertido en elemento de polarización y división.
La ruta para conseguir su paz, larga pero jamás socializada ni bien explicada, consistió en complacer a la guerrilla con la mayor cantidad de beneficios y en el menor tiempo posible después de firmada.
Con este proceder se ha debilitado, ojalá que no para siempre, la deseable separación de los poderes que debe existir en forma permanente.
A menos que seamos capaces de corregir lo anterior, con las pocas herramientas democráticas aun a nuestra disposición, será difícil creer en el formalismo utilizado en el último minuto de cada año con el que les deseamos un feliz año a quienes nos rodean.