BITÁCORA DE LA COTIDIANIDAD
Un cuento chimbo
En improvisada conversación con Aarón Rubinstein, acerca del artículo publicado en el suplemento dominical de El Nuevo Siglo, alusivo a El Cementerio de Praga, de Humberto Eco, observó este contertulio que la afirmación que el autor hace acerca de que el judío “es adúltero por celo irrefrenable: depende de la circuncisión que le vuelve más eréctil, con esa desproporción monstruosa entre el enanismo de su complexión y la dimensión cavernosa de esa excrecencia semimutilada que tiene”, es un cuento chimbo, tan chimbo como el de M. Foucault acerca de la fidelidad de los elefantes.
En la Historia de la sexualidad, Michel refiere que el elefante “Nunca cambia de hembra y ama tiernamente a la que escoge”, afirmación de la cual Aarón duda, pues, según su opinión, el poder del elefante es chimbo.
La argumentación, obviamente, resulta dislocada. Hay que descifrar qué se entiende por “chimbo”. Y claro, el asunto se vuelve interesante, porque no hay que olvidar que Eco y Foucault se divirtieron haciendo del leguaje un galimatías que todavía exige apelar al El Criterio, del profesor Jaime Balmes, para encontrar un acuerdo en el significado de las palabras o los símbolos; de lo contrario, cada quien irá por distintos caminos. Semántica, semiológica, semiótica y lingüística se imponen cada día con mayor necesidad.
Ahora, el problema es aún más complicado en estas épocas en que las palabras proteicas abundan y sirven de escudo a los retóricos y la dinámica del lenguaje conduce el dialogo a la confusión de las leguas en la Torre de Babel. Aquí cabe citar la frase de Borges: “Así como habla la gente, así es la gente”.
Seguramente que el calificativo de Aarón no pretende negar, y quizá lo que quiso decir es que el asunto es genital y no mentiroso; pues al respecto, a raíz del cataclismo judicial surgido de los “cuentos chimbos” que cada uno de los implicados en el escándalo de la Corte expone, con respecto al acontecimiento grosero vivido en ese escenario solemne, el calificativo lo que significa es descalificación de la evidencia y no enredo de faldas o de penes. Y hablando de enredo, esta palabra cae como anillo al dedo, pues los enredos suelen ser “roscas” y las “roscas” son las que han desatado ese conflicto de comadres que decidieron sacarse los cueros al sol para provocar abdicaciones forzadas y por lo mismo reñidas con las reglas que prescriben que las renuncias, y el perdón, deben ser voluntarias y no exigidas. Definitivamente, todo lo que ahora sucede es suficiente para predicar que el orden institucional es “chimbo”.
La clientela de los magistrados, “enroscada” con su parentela, no es nueva, es ancestral; para corregirla no sirven reglas chimbas, sino hombres pulcros. Ninguna ley es buena en manos de autoridades indignas, pues la autoridad es, principalmente, propia y no otorgada por una investidura chimba, así tenga toga.