BITÁCORA DE LA COTIDIANIDAD
Acusetas panderetas
LA FUNCIÓN del fiscal, en la organización del proceso penal acusatorio, no es, precisamente, la más graciosa. Su oficio suele generarle muchas antipatías y con mayor razón si su temperamento es voluble y cambiante, según las circunstancias del asunto que deba esclarecer ante el juez. La grosera discriminación o desigualdad en ejercicio de la tarea encomendada despierta irritación y particularmente de las víctimas. Igual ocurre cuando el funcionario se aparta de la razón y se deja impulsar por la emoción, estimulada, en muchos casos, por la presión de los medios de comunicación, voceros de los intereses que ocultamente manipulan a los opinadores para que éstos, a su vez, manoseen la opinión del público. Las investigaciones y juicios que atraen la atención suelen estar sometidas a la presión social difusa, alimentada por los “juristas de imagen”, excelentes relacionistas ante los periodistas de cabecera.
Para entender ese fenómeno, simplemente, hay que recordar la suerte de los “chupas” o “sapos” en la escuela. “Acusetas panderetas, calzoncillos de bayetas”, se les coreaba cuando tenían el valor de denunciar al “autor” de la pérdida de un celular en el aula de clase. Esa sola intimidación, a la postre, resultaba suficiente para patrocinar la complicidad por omisión silenciosa.
Advertida la dificultad de un fiscal, para escogerlo no basta simplemente verificar que es “doctor” en derecho. Esta disciplina es tan simple que aun los abogados la ejercitan. Lo trascendental es que quien aspire a desempeñar ese oficio tenga el carácter suficiente para resistir las embestidas que de todo orden debe soportar. Ya en una apoca, cuando era Procurador General de la Nación Carlos Jiménez Gómez, se intentó escoger a los fiscales por sus dones, su perfil personal, y claro que él podía exigirlo porque su integridad y carácter lo autorizaban.
La encrucijada en que se encuentra el Presidente, después de haberse ideado una innecesaria metodología para escoger al candidato que ha de reemplazar al señor Montealegre, es compleja. De todas maneras se impondrá, en últimas, su decisión, pues es claro que esta competencia es arbitraria, salvo las condiciones constitucionales que deben reunir los tres escogidos.
Por lo que han divulgado los medios se sabe que hay una lista extensa de “doctores”; crédito que la única garantía que avala es que alguna universidad se benefició con el complejo de estos ex alumnos de pre-grado.
Sin descalificar a ninguno de los inscritos, pero teniendo en consideración los comentarios hechos, entre los mencionados candidatos está Yesid Reyes Alvarado. Si se aplica la regla de la filosofía popular: “hijo de tigre sale pintado”, no cabe duda de que este es el hombre ideal para asumir la difícil tarea de Fiscal General de la Nación. Quienes conocimos a su padre, Alfonso Reyes, y lo conocemos a él, tenemos la certeza de su carácter recio, su sabiduría, fortaleza, temor de Dios e inteligencia para corregir el defectuoso sistema acusatorio y habilitar a sus subalternos.