Gotita a gotita
“En el principio creó Dios el cielo y la tierra. Dijo Dios: Hágase y todas las cosas fueron hechas. Y todo lo hizo el Señor en seis días”. El breve resumen aparece en la Colección G.M Bruño, Historia Sagrada y sintetiza el Libro Primero del Antiguo Testamento: Génesis.
No tuvo necesidad el Señor de licitaciones, tampoco de estudios previos ni de consultorías y no obstante su obra es perfecta, calculada con visión futura, de manera que nada hace falta, porque todo, a pesar del tiempo transcurrido, se concibió deduciendo los cambios producto de las civilizaciones.
Naturalmente que se argumentará que no podía ser de otra manera, pues el arquitecto fue el Creador del Universo y hay que admitirlo; lo que no se acepta es que a pesar de crear al hombre a su imagen y semejanza, el hombre, el colombiano, en nada se le parezca. Su idiosincrasia lo invita a lo diminuto y pequeño: el librito, la casita, el puestito, el carrito, la finquita, el negocito, etc. ¿A qué especie pertenece esta racita tan extraña y sin grandes y concretas ambiciones?
Acaba de anunciarse, por el interventor presidencial, don Germán Vargas, que se sustituirá el Puente Pumarejo, que une la Isla Salamanca y la ciudad de Barranquilla sobre el río Magdalena, construido en 1974. La razón: el puente, después de solo 40 años, quedo chiquito, su galibo no permite el tránsito de buques tipo Handy Size, mejor dicho, más grandes. ¿Por qué no se previó esto a tiempo?
El caso del Puente Pumarejo no es el único. La Avenida de Circunvalación, inicialmente calculada con una anchura de 100 metros, después de 20 años de discusión, iniciados sus trabajos en la década de los 80, hoy solo mide 25 metros y ¡su ampliación es impensable! Y así suele ocurrir con muchos proyectos imprescindibles para un eficaz desarrollo. Por ejemplo, el metro para Bogotá, ofrecido a la administración por multinacionales en la década del 60, sigue siendo una promesa electoral incumplida, suplantada por el Transmilenio, o el centímetro, una solución pueblerina que solo vino a beneficiar a los dueños del monopolio y de la cual su autor debería sentirse avergonzado. ¡Y qué decir de Eldorado!
Estos temas son los que ahora se deben plantear, cuando se invita al elector a que tome partido con respecto a los candidatos locales. Hay que valorar los programas. Y ojalá que se trate de programas reales. Proyectos trascendentales y no simples reparaciones locativas; soluciones a largo plazo y no gotita a gotita. No hay que hacerle más el juego a la mediocridad y a la demagogia. El alcalde, quien quiera que sea, debe ser imaginativo, emprendedor, estar dispuesto a gobernar a su municipio y no a satisfacer los intereses de la clientela. Programas es lo que hay que mostrar y su cumplimiento es lo que debe exigir el ciudadano si aspira a soluciones reales y duraderas.