Fernando Navas Talero | El Nuevo Siglo
Miércoles, 11 de Noviembre de 2015

“Analizar la historia, no para repetirla”

BITÁCORA DE LA COTIDIANIDAD

La paz y la guerra

 

El  recuerdo del holocausto del Palacio de Justicia, revivido la semana pasada, permitió una catarsis a muchos de los protagonistas de este dramático episodio, causante de un trauma histórico aún sin resolver. El personaje principal de este  pasaje del acontecer nacional, el expresidente Betancur, confesó  el dolor que lo embarga desde ese infausto día: “El dolor ha estado siempre en mi mente”… “nada podía justificar el exceso del uso de la fuerza”, manifestó. Más vale tarde que nunca, es la conclusión de su implícito  arrepentimiento, contrición de corazón que debe servir de ejemplo a todos aquellos que insisten en defender una inocencia desvirtuada en el inconsciente colectivo. Semejante actitud es indispensable si de verdad se añora una paz vivida y no la imaginada paz de los sepulcros.

En  anterior opinión expuesta en esta columna, titulada “Asepsia constitucional”,  se dijo que el pueblo colombiano ha sido educado bajo la férula de un gobierno fuerte, como lo ha querido su clase dirigente. El látigo que se utilizó,  sin respeto, ese infausto 6 de noviembre de 1985, operación oficial de la cual este comentarista fue testigo de excepción, es la consecuencia de esa terrorista concepción del poder.

Esa condición impuesta desde los albores de la República, impulsada en el embarazo colonial, podría estimarse que ha malformado la personalidad política de la comunidad nacional. La opresión y represión justificada por la aplicación de la fuerza coactiva propia del orden jurídico fue la Razón de Estado que le permitió a uno de los más sindicados autores del holocausto justificar su proceder,  asegurando que actuaba “defendiendo la democracia”, y bajo ese sino se impuso la pena de muerte por las vías de hecho, crimen que todavía hay quienes lo defienden predicando que el Estado obró en ejercicio de su deber.

Analizar la historia, no para repetirla e incentivar las frustraciones de quienes encuentran gratificación y placer en la venganza, y sí para explicarles a todas las gentes, sin distingos de ninguna índole, cual es la enfermedad que azota el espíritu de fraternidad y solidaridad que debe caracterizar una sociedad civilizada, es una obligación de quienes se exhiben como líderes de la Patria.

Es cierto que hay que respetar la libertad de opinión y pensamiento y defenderla sin vacilaciones, pero igualmente es cierto que,  para construir la paz ausente,  no se pueden estimular de manera alguna los instintos guerreros de alienados políticos, enfermos de poder.

El amor y el odio son sentimientos que se desarrollan en la mente humana desde sus primeros días. Tienen ellos su origen en el placer o el displacer, emociones que recrean depende de la educación que se imparta. A Colombia, tristemente, su clase dirigente la ha formado en el atropello, el abuso y los vicios del poder. Hay que acabarlos si queremos la paz. No bastan los plebiscitos o referendos si antes no se asume el propósito de enmienda, consecuencia de la contrición de corazón.