BITÁCORA DE LA COTIDIANIDAD
Si o si
Razón tienen los teóricos en proponer que las reformas constitucionales se sometan a procedimientos dilatados para evitar que estos textos, fundamentales, se reformen improvisadamente, más por el ánimo de protagonismo histórico y demagógico que el de acertar en la construcción de los cimientos de una sociedad soportada en la justicia y el derecho.
La trascendencia de las enmiendas constitucionales es innegable. Toda norma de la Carta que se cambie genera, necesariamente, una reforma legal y es obvio, pues las leyes que se deriven de los textos rectificados deben ajustarse a la nueva versión de la norma política. La consecuencia de los cambios apurados, esos que se hacen de la noche a la mañana, es la pérdida de seguridad jurídica, la inestabilidad del sistema y por la misma razón la Constitución pierde su carácter fundamental. Es tanto como si la Ley Fundamental de la Gravedad se pudiera cambiar al vaivén de los caprichos de los dioses. ¿Se imaginan el caos?
La Constitución de los Estados Unidos si bien ha sido actualizada sigue siendo la misma de sus orígenes y tal vez a ello obedece la estabilidad de sus políticas.
La Constituyente de 1991, omnímodamente, fijo una regla para tasar la remuneración de los congresistas, estableciendo que se reajustara anualmente, teniendo en cuenta los cambios que sufra la asignación de los servidores del sector central de la administración. El espíritu de la disposición no fue otro que impedir que el Congreso se fijara su retribución.
Ahora, con un propósito extraño e indescifrable, la senadora Claudia López propone que se reforme ese artículo 187 de la Constitución, dizque para evitar que los parlamentarios reciban aumentos anuales de su salario. Una de las consecuencias inmediatas de esa propuesta, de aprobarse, sería que también los magistrados de las altas cortes y otros servidores públicos de la misma jerarquía se verían afectados.
Pero el meollo del asunto es que hay que tener en cuenta que los parlamentarios reciben un sueldo justo, de acuerdo con sus necesidades, pues no se puede olvidar que tienen dos residencias, una en Bogotá y otra en su sede familiar, y un sinnúmero de “amigos” a los que deben ayudar económicamente. Además, no pueden votar el proyecto sin correr el riesgo de caer en un impedimento, pues si votan negativamente, se supone que lo hacen por un interés personal. De manera que siempre tendrán que hacerlo afirmativamente, para prevenir riesgos. ¡Tamaña extorsión!
Como lo sostiene el político griego Yauris Varoufakis, la mejor manera de combatir al contrario es dejándolo en la ruina. Para qué enviar tropas si acudiendo a los bancos o a la nómina se puede obtener obediencia y sometimiento. Así se acabó con los templarios. Para evitar que los congresistas tengan tanta soberanía y libertad de acción lo mejor es provocarles necesidades, de esa manera tienen que arrodillarse ante los poderosos y todos sabemos, como reza la canción, que poderoso señor es don dinero.