BITÁCORA DE LA COTIDIANIDAD
De Santander a Petro
Francisco de Paula, el hombre de las leyes, debe estar muy complacido con los operadores judiciales y resentido con el burgomaestre de la capital, Gustavo Petro, pues el parque que en honor del conspirador del 25 de septiembre se localiza en pleno centro de la ciudad, se halla convertido en una cloaca, enmarcada entre edificaciones importantes: el Museo del Oro y las tres capillas coloniales: San Francisco, La Veracruz y La Tercera, por el oriente y el occidente y entre el sur y el norte por el famoso edificio de Avianca y las bóvedas del Banco de la República. No obstante, hoy es una letrina, maloliente, a pesar de ser espacio público, ese por el que tanto se dicen luchan los inspectores de policía. ¡Qué ironía!
Naturalmente evitar que los ocupantes del sector utilicen el parque para desaguar y excretar sus heces no es posible, pues aparte de que la zona está invadida por indigentes no hay en diez leguas a la redonda un servicio de sanitarios públicos, muy a pesar de que Clara López, siendo secretaria de Gobierno, legisló reprimiendo los riñones con multas que jamás se han impuesto. Será posible que, a cambio de este desorden, el Alcalde, tan preocupado por el aseo de la urbe, ordene que de cuando en vez se lave esta plaza para eliminar el olor nauseabundo que la invade. ¡Qué pena con los turistas que visitan el Museo del Oro! Todo, mientras se adjudican billones para licitar el prometido Metro.
De otra parte, los empleados judiciales terminaron el año en huelga y no se sabe aún si lo van a iniciar en el cese de actividades decretada hace varios meses. Esto porque Colombia es un país de leyes, mas no de justicia, ¡tanto que la suspensión del servicio no ha provocado ningún caos! Se trata, simplemente, de la suspensión de labores de los operadores judiciales, como acertadamente ahora se les llama, porque decirles jueces es soñar con garzas preñadas.
Ser juez exige condiciones que la burocracia no tiene. Administrar justicia es privilegio concedido a gentes que antes que rendirle culto a la ley o a los intereses económicos, que tanto desvelaban al “Hombre de las Leyes”, deben sentir admiración por la estética, pues la justicia es belleza y el vulgo no entiende de poesía.
Para impartir justicia hay que consultar el corazón, por eso y para evitar la dictadura de la ley o la de los jueces, en los países cultos, instituyeron el jurado de conciencia, pues en la conciencia colectiva es donde reina, finalmente, la cultura nacional.
Claro que la cultura popular se alimenta del civismo, del cuidado de los bienes del común y no de la construcción de megaobras ingeniadas para deslumbrar y no para educar. Hay que promover la revolución de las pequeñas cosas antes que desperdiciar el presupuesto en obras suntuosas que en nada benefician al ciudadano, incluso para orinar.