Fernando Navas Talero | El Nuevo Siglo
Miércoles, 12 de Noviembre de 2014

Guerras imperiales

 

“Disculpe Su Alteza,  mi Príncipe de Gales,  la falta de buenos modales, pero infortunadamente hace ya varios lustros que la urbanidad salió de las escuelas y la historia patria se olvidó del todo, incluso en su país”. Esta  disculpa, a consecuencia del disparate por la placa conmemorativa del fiasco sufrido por el almirante Vernon en su intento por cobrarle a España su intromisión abusiva en los asuntos internos del reino inglés; y del desaire inexplicado de su Primer Ministro con Juan Manuel.

Históricamente, las relaciones entre los dos antiguos imperios nunca fueron buenas, incluso ahora, el conflicto de Gibraltar se revive con desconocimiento del Tratado   de Utrecht, que puso fin, aparentemente, a la confrontación  de 1704.

La disculpa que justificó el intento de ocupar a Cartagena, operación conocida como “Guerra de la Oreja de Jenkins”, fue vengar la amenaza del  capitán español Juan León Fandiño de cortarle una al rey Jorge II si continuaba apadrinando la piratería y el contrabando.

Desde la firma del Tratado de Nonsuch, en 1585, entre Inglaterra y Holanda, para combatir a España, a raíz del conflicto religioso provocado por Enrique VIII, el polígamo, promotor del rompimiento con el papado  y fundador de la Iglesia Anglicana, las relaciones entre los dos imperios se agrietaron para siempre. España, defensora eterna del catolicismo, se comprometió a combatir el protestantismo y esto, naturalmente, se entendió como una declaración de guerra. Al mismo tiempo, la piratería, liderada por  Drake y aplaudida por Isabel I de Inglaterra, exacerbaba a España que veía diezmado el botín de sus asaltos infames a la riqueza de sus colonias.

Entonces hay que admitir, sin chauvinismos, que lo que en Cartagena  ocurrió en 1741 no  fue un atentado contra los nativos y naturales de la Heroica, ninguna razón ni motivo existía para atacarlos, sencillamente se trataba de otra batalla más en la disputa entre comadres, hecho tan real y cierto que la colaboración que los “patriotas” de estas tierras recibieron del Reino Unido, durante las gestas de independencia, fue notable.

La solidaridad que se  estimula con los combatientes que invadían estas tierras, es una audaz manipulación de la historia, pues si algunos naturales murieron en esa confrontación con los ingleses, no fue por amor a la patria y sí, tal vez, por sumisión al rey Felipe V, o víctimas de la esclavitud de que eran objeto. Fijar una placa haciendo memoria a un suceso que puede servir para suplir la falta de una cátedra popular de historia, es  hecho que merece aplausos.

Ante el oso de muchos en los  besamanos sufridos por Su Alteza y el  último, protagonizados por los ufanos miembros de la Academia de Historia y otros patriotas añadidos, no queda otra opción que  comprender estos desatinos provincianos y,  también,  el desplante del señor Cameron con el Presidente de Colombia durante su pasada visita. God Save the King, debe repetirse ahora en honor a Vernon.