Fernando Navas Talero | El Nuevo Siglo
Miércoles, 17 de Junio de 2015

BITÁCORA DE LA COTIDIANIDAD

Los avales del bolígrafo

Uno  de los principales derechos políticos,  en la organización del Estado Democrático,  es el de elegir y ser elegido. Su evolución histórica  está saturada de sangre, pues no fue fácil que tanto el sufragio universal como  el derecho a la postulación se reconocieran pacíficamente. Muchas  guerras  provocó esta reivindicación. En los comienzos el poder se obtenía por la fuerza; luego se impuso teocráticamente a través de la herencia fundada en el mito, en otras épocas mediante el sorteo o la cooptación; por último, la elección democrática se abrió paso y hoy es, aparentemente, una regla general. No obstante, hay que admitirlo, todavía impera el fraude y la manipulación de la voluntad popular y en no pocos casos la herencia clientelista, disimulada, claro está, con sofismas de distracción prescritos en las leyes electorales y los sistemas de escrutinio.

En Colombia, expedida la reforma del “revolcador”, para reestablecer el Congreso revocado por los constituyentes, se convocó  a elecciones para el 27 de octubre de 1991, admitiéndose la inscripción de candidatos independientes y listas múltiples de los partidos políticos. El expresidente López, advertido de la intención de reducir la representación parlamentaria  del partido liberal, aconsejó a los líderes regionales  inscribir listas independientes, sin tener que acudir al bolígrafo de la Dirección Nacional o Departamental, fórmula cuyos resultados fueron exitosos, pues los liberales obtuvieron una “montonera” de elegidos, gracias a la “operación avispa”.

Esta estrategia, naturalmente, destronó al bolígrafo. Según López, en su discurso de cierre de campaña,  fue esto “una verdadera perestroika”. En adelante cambiaron las cosas. Para acceder a la postulación y aplicar en las alecciones, el viejo servilismo aupado por las credenciales reunidas en las listas oficiales de los partidos desapareció. Ya no se hizo necesario para postularse  conseguir la bendición de los “ex”, pues la recolección de firmas liberó a los aspirantes; aparecieron disidencias y nuevos movimientos y detrás de estos procedimientos muchos corruptos de todas las calañas ganaron curules en los distintos cuerpos colegiados y en gobernaciones y alcaldías.

El panorama hoy es caótico y lo es porque a pesar de que todo cambia nada cambia. Para ejercer el derecho a la postulación es necesario contar con el aval del partido y esta “recomendación” no siempre es garantía de pulcritud, honradez y honestidad, no obstante la responsabilidad que de su expedición puede derivarse. Igualmente,  la guerra sucia, propia de las campañas, alborota el avispero y frecuentemente la calumnia y el chisme se usan como arma de combate.

Lo propio para sanear el sistema, en principio, es organizar los partidos y exigir que los aspirantes a cargos de elección sean militantes de antaño y sus méritos de acción y trabajo los pergaminos que sirvan de soporte a su candidatura. No más paracaidistas improvisados. Hay que promover la participación en política como una disciplina social cotidiana; la práctica que hizo de la democracia griega un modelo ejemplar. Politizar el país en términos cívicos