La cueva de amor
No es lo mismo hablar del nidito de amor que de la cueva de amor. No obstante tratarse del espacio destinados al mismo efecto: alojar a dos personas que se aman: en el primero, la visión de la relación es tierna y poética y, en el segundo, se alude a un infierno de pasiones clandestinas, adulteras y desbordadas, manchadas por el pecado, sin importar la entrega y la sinceridad de los amantes.
No son pocos los episodios que la historia registra a este respecto. César y Cleopatra, por ejemplo. Según Suetonio, César era un seductor empedernido, tanto o más que Berlusconi o su tocayo colombiano, que se enorgullecía de ser un hombre bien testiculado. Lo cierto es que su relación con Cleopatra, en principio, fue clandestina, a diferencia de la abierta y romántica que con Wallis Simpson sostuvo Eduardo, Príncipe de Gales, quién eligió abdicar al trono antes que renunciar a su pasión por la mujer de sus sueños. Prefirió vivir en un nido de amor antes que ocultarse cual tinieblo en la cueva de Buckigham.
Y si de cuevas de amor se trata como olvidar la caverna que habitó Rafael Núñez con su querida Soledad Román, a quien la sociedad bogotana nunca aceptó de buena gana, aún y a pesar del Tratado Concordatario que para obtener la anulación de su matrimonio con Dolores Gallego impulsó el “regenerador”.
Todo esto a propósito del pretendido escándalo de prensa organizado alrededor del “affaire” sentimental del presidente francés, Francois Hollande y la atractiva y seductora actriz Juliet Gayet, a quien se le ha visto visitar discretamente en su apartamento “privado”.
Y el asunto interesa porque la lista de famosos que se han visto comprometidos en estas aventuras es larguísima; son muy pocos los personajes que se libran de rumores de esta clase, probablemente hay una conducta morbosa en el fondo de todo; sin embargo, vale la pena analizar la cuestión desde el punto de vista de la deontológica periodística, pues si bien hay que respetar el derecho o la libertad de información, como un principio general, igualmente debe limitarse esa libertad frente al respeto de la vida íntima y privada.
Error grave comete monsieur Hollande si da cuenta de su vida privada a los medios, tal cual lo ha ofrecido. Ningún interés público está comprometido en los hechos arbitrariamente develados, como para que este ciudadano se vea obligado a revelar lo que a nadie incumbe, salvo a los protagonistas involucrados. A diferencia de Clinton, el cauto amante no se esconde en la privacidad del Palacio del Eliseo. Él tiene su nido de amor y no una cueva y a ese espacio suyo y de Juliet no debe tener acceso la curiosidad del populacho. Su pública notoriedad no autoriza que la prensa o el público entren en sus habitaciones y escruten sus sentimientos. ¡Que vivan los amantes!