FERNANDO NAVAS TALERO | El Nuevo Siglo
Miércoles, 22 de Enero de 2014

La cueva de amor

 

No es lo mismo hablar del nidito de amor que de la cueva de amor. No obstante tratarse del espacio destinados al mismo efecto: alojar a dos personas que se aman: en el primero, la visión de la relación es tierna y poética y, en el segundo, se alude  a un infierno de pasiones clandestinas,  adulteras  y desbordadas, manchadas por el pecado, sin importar la entrega y la sinceridad de los amantes.

No son pocos los episodios que la historia registra a este respecto. César y Cleopatra, por ejemplo. Según  Suetonio, César era un seductor empedernido, tanto o más que Berlusconi o su  tocayo colombiano,  que se enorgullecía de ser un hombre bien testiculado. Lo cierto es que su relación con Cleopatra,  en principio,  fue clandestina, a diferencia de la abierta y romántica que con  Wallis Simpson  sostuvo Eduardo, Príncipe de Gales, quién  eligió abdicar al trono antes que renunciar a su pasión por la mujer de sus sueños. Prefirió vivir en un nido de amor antes que ocultarse cual tinieblo en la cueva de Buckigham.

Y si de cuevas de amor se trata como olvidar la caverna  que habitó Rafael Núñez con su querida Soledad Román, a quien la sociedad bogotana nunca aceptó de buena gana,  aún y a pesar del Tratado Concordatario que para obtener la anulación de su matrimonio con Dolores Gallego impulsó el “regenerador”.  

Todo esto a propósito del pretendido escándalo de prensa organizado alrededor del “affaire”  sentimental del presidente francés,  Francois Hollande y la atractiva y seductora actriz Juliet Gayet, a quien se le ha visto visitar discretamente en su apartamento “privado”.

Y el asunto interesa  porque la lista de famosos que se han visto comprometidos en estas aventuras es larguísima; son muy pocos los personajes que se libran de rumores de esta clase, probablemente hay una conducta morbosa en el fondo de todo; sin embargo,  vale la pena analizar la cuestión desde el punto de vista de la deontológica periodística, pues si bien hay que respetar el derecho o la libertad de información, como un principio general, igualmente debe limitarse esa libertad frente  al respeto de la vida íntima y privada.

Error grave comete monsieur Hollande si da cuenta de su vida privada a los medios, tal cual lo ha ofrecido. Ningún interés público está comprometido en los hechos arbitrariamente develados, como para que este ciudadano se vea obligado a revelar lo que a nadie incumbe, salvo a los protagonistas involucrados. A diferencia de Clinton, el cauto amante no se esconde en la privacidad del Palacio del Eliseo. Él tiene su nido de amor y no una cueva y a ese espacio suyo y de Juliet no debe tener acceso la curiosidad del populacho. Su pública notoriedad no autoriza que la prensa o el público entren en sus habitaciones y escruten sus sentimientos. ¡Que vivan los amantes!