El cura predica pero…
El Savonarola del piso 18 ha reconvenido al señor presidente Santos, seguramente presumido de imitar al procurador Aramburo, que con toda la autoridad moral que a él lo respaldaba no le tembló la voz para amonestar al expresidente Lleras Restrepo, en 1970, por intentar inclinar la balanza de la opinión pública en favor del candidato del Frente Nacional, Misael Pastrana.
No existía duda, por aquellos años, de que el Jefe de Estado debía guardar absoluta imparcialidad con respecto a las candidaturas en competencia, no obstante que de todas maneras esta recomendación no era más que un homenaje a la bandera, si se acepta que el Presidente es el jefe del partido en el poder, según la formula gobierno de partido vs. partido de oposición.
A partir de la enmienda que consagró la reelección, gracias a los votos que en franca simonía alcanzo el iracundo capataz del período anterior, ya no se puede pensar con la misma filosofía, ni patrocinar la doble moral de siempre. Hay que actuar a la luz del día.
López Pumarejo, para las elecciones del 31 de octubre de 1934, hizo esta elocuente confesión: “El partido liberal no es apolítico. No lo es, abierta, francamente. Está constituido como consecuencia de una tenaz campaña política… Es más, es un partido político en el poder…”
Seguramente ese pensamiento liberal influyó en la redacción del artículo 127 de la Constitución, norma que se aproxima a la realidad, permitiendo la participación en política de los servidores del Estado, con algunas excepciones. Y, tenía que ser así. No es mentira que: “Toda ley demasiado transgredida es mala”.
No obstante, ninguna reglamentación se ha hecho de la norma constitucional citada y se sigue predicando el criterio hipócrita que prohíbe la intervención de los funcionarios en política. Olvidan quienes predican esta aberración, que la política es el arte de hacer por las buenas lo que otros hacen por las malas. Pero, claro, son los que prefieren las conductas solapadas y mojigatas, los que predican y no aplican. La prohibición a los funcionarios públicos de intervenir en política no tiene otro alcance que alimentar el clientelismo.
La feria de las recomendaciones y las intrigas burocráticas son el maná de las elecciones. Una nómina jugosa es más fructífera que cualquier aporte económico a la campaña; de ahí que sería mucho más sano que cada quien gozara de libertad política para apoyar al candidato de su predilección, sin tapujos. Además, que los socios del Gobierno participaran en su apoyo, pues se gobierna con los pares.
A Girolamo Savonarola terminaron echándolo a la hoguera, pues su fanatismo extremo lo hizo aborrecible; como pirómano alucinado quemó los libros de Boccaccio y de Petrarca y a pesar de sus confesiones fue excomulgado y encarcelado. Igual suerte deberían correr los fariseos que predican pero no aplican, pero es que esto no es posible, pues no hay quien ronde al cura.