Golpes de Estado
El 29 de abril de 1867 el general Tomas Cipriano de Mosquera, por ese entonces, Presidente de los Estados Unidos de Colombia, en un arrebato de ira, provocada porque el Congreso censuró sus relaciones clandestinas con el gobierno del Perú, resolvió su clausura en improvisado acto ridículo, escenificado ante la estatua del Libertador, en la Plaza de Bolívar, anunciándoles a los pocos transeúntes que deambulaban por el sector que “de hoy en adelante no hay mas ley que la salud del pueblo”.
Cerrado el Parlamento y declarada la guerra civil no quedaba otra alternativa que la conspiración para derrocar el gobierno autoritario. El 23 de mayo, el general Santos Acosta, estrenando uniforme militar, asumió el poder con el beneplácito de la Nación, en tanto que a Mosquera se le encarcelaba por mano de sus más cercanos colaboradores.
¿Y por qué, ahora, estas remembranzas? Sencillamente porque por estas épocas se cumplen 60 años del golpe de Estado que el teniente general Gustavo Rojas Pinilla dio al gobierno del presidente Laureano Gómez el 13 de junio de 1953. Para empezar esta evocación debo señalar que ese día lo recuerdo como un día de júbilo nacional. El pueblo en masa se lanzó a las calles a celebrar el acontecimiento. Curiosamente, mi abuelo, don Luis Talero Lozano, conservador laureanista, en tono conciliador y aceptando que no había otra alternativa ante la gravedad política de los hechos que provocaron el cuartelazo, sentenció replicando a quienes lo celebraban: “De todas formas no hay que olvidar que las botas, aun sean de caucho, terminan maltratando”. Un año después la lapidaria sentencia se cumplía en la calle 13 con la carrera 7ª de Bogotá; ese día, a pesar de mis cortos años, estuve a punto de morir por las balas de la soldadesca que disparaba irresponsablemente contra los estudiantes que protestaban por el mal gobierno y murieron varios vilmente asesinados.
¿Pero qué fue, en síntesis, lo que dio pie para que cuajara el golpe? Con independencia de las disidencias, patrocinadas, entre otros, por Gilberto Alzate y el expresidente Mariano Ospina, la causa última fue el proyecto de Constitución que a consideración de la Asamblea Nacional Constituyente, elegida por el Congreso en cumplimiento del Acto Legislativo 1 de 1952, promovía el gobierno de Gómez y en la cual se adoptaba un régimen que restringía el derecho al sufragio, limitaba la libertad de prensa, autorizaba expropiación por razones de orden público, definía la crítica al gobierno como delito de traición a la patria. En resumen, razones iguales a las que dieron al traste con el gobierno de Mosquera: el imperio de la arbitrariedad.
No obstante el sacrilegio constitucional, los mismos que destronaron a Gómez, cuatro años más tarde lo santificaron y la misma Asamblea que impulsaba la reforma le dio la bendición al gobierno de Rojas Pinilla. ¿Puede, entonces, oponerse objeción histórica al proyecto de paz del actual Gobierno?