¿Son o no son?
Seis meses de diálogos entre el Gobierno y la subversión ponen a pensar al país y lo dividen entre quienes le apuestan a la paz y los que con un pesimismo interesado se encomiendan a “San Francisco” para que fracase cualquier negociación que termine con el negocio de la guerra.
En el fondo se advierte que las buenas intenciones tejidas en torno de la paz se enredan en intereses personalistas y politiqueros que hacen esfuerzos para que la propuesta no prospere, porque si tiene éxito y las partes llegan a un acuerdo, necesariamente, la reelección del Presidente estaría asegurada.
Pero no hay una unidad de pensamiento en las filas del Gobierno; siguiendo a Maquiavelo, en la estrategia empleada por la autoridad legítimamente constituida hay “dos modalidades de combate: con la leyes, uno; con la fuerza el otro. La primera es propia del hombre, la segunda, de las bestias”. Mientras desde el Palacio de Nariño se pone toda la fe en el diálogo, incluso a riesgo del desprestigio, en el Ministerio de Defensa se genera una guerra sin cuartel y denigra de los contertulios del Gobierno en Cuba, a quienes se tilda de terroristas y bandidos.
Y el propósito de este comentario no es el de reivindicar el buen nombre de los insurgentes, ni absolver sus acciones. Simplemente, la intención es pedir claridad en relación con esa dicotomía con que se plantea el lenguaje oficial. En tanto se supone que el dialogo es entre partes en conflicto, en el escenario vulgar se alude a facinerosos. Ahora bien, la preocupación es porque se supone que en esa dualidad no existe la posibilidad de llegar a un encuentro conciliatorio.
El país ha escuchado el sermón que predica que con el terrorismo no se dialoga, y es obvio, porque a la delincuencia se le vence con la ley y se le somete con la justicia. Por más justicia transicional que se proponga, lo cierto es que en el fondo del asunto hay que admitir la ocurrencia de infracciones a la ley y únicamente en desarrollo de los procesos judiciales podría concretarse la dialéctica. Pero si se trata de admitir que hay causas políticas que resolver quiere esto decir que la realidad es distinta.
La confusión, entonces, radica en que al fin de cuentas no se sabe si el Gobierno está negociando con delincuentes, terroristas o si, por el contrario, está en conversaciones con insurgentes que pretenden llegar a unos acuerdos políticos sobre los cuales se pueda construir la paz perdida desde los inicios de la República. No es la primera vez que se vive esta confusión de las lenguas. Ya en otras ocasiones se ha planteado la misma cuestión. ¿Son o no son terroristas los interlocutores del Gobierno? Para no patrocinar la esquizofrenia colectiva sería bueno que se resolviera la contradicción entre el presidente Santos y su ministro Pinzón.