Recordar es revivir
“Los días santos eran una convocatoria a la religiosidad”
La celebración de la Semana Mayor en Bogotá, con el Primer Festival de Música y la participación de la Orquesta Filarmónica , con un repertorio que incluye –principalmente- obras del monstruo Ludwing Van Beethoven, revive el ambiente santafereño que caracterizó a la capital hasta hace cincuenta años y que fue transformándose paulatinamente hasta convertirse no en unas convocatorias a la religiosidad, sino al ocio en todas sus modalidades, expresión que se manifiesta a todo lo largo y ancho del país. De ahí que las empresas de turismo hagan su agosto en estas épocas.
Antiguamente no era lo mismo; todo lo contrario. Eran días de recogimiento. Si algunas familias salían de la ciudad esto no significaba, de ninguna manera, que los días santos se dedicaran para la diversión mundana. Muchas creencias existían al respecto; las emisoras de radio, a partir de la procesión de La Macarena, sólo transmitían música clásica; en las familias se acostumbraba a preparar meriendas especiales, principalmente dulces caseros y otros majares para enviarle a los amigos y relacionados y, curiosamente, el Jueves Santo, día de visita a los Monumentos, solían los cachacos estrenar traje, termo que se acostumbraba guardara, tanto para los hombres como las mujeres, la solemnidad del momento. El baño en piscina o río estaba vedado, existía la superstición de que se corría el riesgo de convertirse en pescado, por supuesto que después de ahogarse.
Recuerdo ahora que, en alguna fecha, pasamos la Semana Santa en la finca de mi abuelo, don Luis Talero Lozano, en Sasaima (Cund.) y fuimos invitados el Jueves Santo a “Maribella”, la quinta del general Amadeo Rodríguez, un godo inmarcesible, sindicado de la balacera en el Congreso en la madrugada del 8 de septiembre de 1849 y que le costó la vida a Jorge Soto del Corral y a Gustavo Jiménez. Pues bien, en esa oportunidad, olvidando el presagio, nos metimos en la piscina y milagrosamente me salve de morir ahogado y claro no podía ser de otra forma, pues nunca he sabido nadar.
También constituía un acontecimiento el Sermón de la Siete Palabras. Esta admonición era esperada con mucha fe por todos y en los pequeños pueblos con mayor razón, pues los curas párrocos aprovechaban la fecha para sacarse el clavo y decir lo que habitualmente callaban. Las reprimendas políticas, por supuesto, no faltaban, particularmente porque por aquellos tiempos la política se hacía desde los pulpitos. El contubernio entre la religión y el poder civil se manifestaba sin reticencias. El sermón de la Porciúncula, pronunciado el Viernes Santo de 1957 por el sacerdote franciscano Severo Velásquez hizo carrera en la historia, pues a raíz de esa alocución religiosa se puso a tambalear la dictadura de Rojas que, finalmente, con otro sermón del mismo estilo y en la misma iglesia el 5 de mayo de ese año entro en irremediable crisis que provocó la caída del régimen el 10 de mayo.