Un chavismo maduro
“El elegido puede incluso rectificar errores”
A Rey muerto Rey puesto; el Rey ha muerto viva el Rey; El Rey ha muerto larga vida al Rey. Estas expresiones y otras parecidas son frecuentes en la historia para ratificar la sucesión del poder en cabeza del nuevo monarca y reclamar de los gobernados fidelidad y obediencia al delfín heredero. En el mismo sentido debe interpretase la frase acuñada por el presidente Nicolás Maduro, al término de su alocución durante el sepelio del comandante Hugo Chávez Frías, extinto mandatario y líder de la revolución venezolana: “Chávez vive, la lucha sigue”.
La presencia en el ceremonial de mandatarios de varios países del continente americano y de otras naciones, amén de delegaciones diplomáticas enviadas en representación de sus gobiernos, debe interpretarse como testimonios vivos del reconocimiento que en el concierto de las naciones se hace a la figura del gobernante fallecido y, de paso, a su mandato o finalmente una confesión inconsciente de aprobación a su rebeldía.
Esa es la impresión que flota en el ambiente, sentimiento que se confirma con mayor elocuencia al registrar las multitudinarias manifestaciones del pueblo acongojado llorando a su paladín o libertador. Ante esa realidad no queda otra alternativa que aceptar que el coronel Hugo Chávez trascendió las fronteras de la mortalidad y que, por supuesto, tiene razón Maduro cuando afirma que no ha muerto.
Siguiendo la metamorfosis del poder, en esos episodios metafísicos que se generan en el fanatismo o las creencias aupadas en la propaganda, validas todas tanto en la democracia con sus mayorías avasalladoras o el totalitarismo y su fuerzas militares o la demagogia populista, sea cual fuere, lo cierto es que esas emociones se trasmiten y legitiman y esas circunstancias son las que aseguran que el cooptado presidente logrará en las urnas legitimar su mandato. No cabe duda y ojala así sea para no ver correr la sangre en la hermana república.
Sabia resulta la cláusula constitucional venezolana que determina que ante la incapacidad o el fallecimiento del Presidente debe convocarse a elecciones y resolver la interinidad en un periodo no mayor de treinta días. Un interregno más largo puede dar lugar a trastornos del orden público. La sucesión casi automática, asociada a un proceso electoral, trasmite a los gobernados la idea de que su voluntad y consentimiento impera y con mucha más razón si quien se alista a regir el destino histórico de la revolución es el ungido por el testamento político del gestor de la revolución.
El chavismo está maduro y puede cosechar si Nicolás advierte que la suerte está echada, y, es más, puede incluso rectificar los errores del pasado. De lo contrario, los vaticinios de quienes no entienden la dinámica de la historia serán una fatalidad. No se puede desconocer que como ministro de Relaciones Exteriores fue el artífice de la imagen de su gobierno, algo que se le reconoció precisamente en estos momentos de tragedia nacional.