FERNANDO NAVAS TALERO | El Nuevo Siglo
Miércoles, 26 de Diciembre de 2012

El silencio de los inocentes

 

“Estoy convencido de que llegará el día en el cual el hombre de ciencia, el poeta y el filósofo, hablarán el mismo lenguaje y se entenderán”.

Claude Bernard

ES  la inocencia de los ingenuos la cualidad de la que se aprovechan los audaces que, valiéndose de la retórica, abusan  de los cándidos hombres que confundidos por la retórica perversa de abogados y economistas terminan sometidos a gobiernos demagogos que deciden arbitrariamente en favor de sus propios intereses y alejados de la justicia que predican.    

Se duele el país de la arbitraria sentencia dictada por la Corte de La Haya y alegan los voceros de ese duelo que los jueces del honorable Tribunal resolvieron según su personal criterio y alejados de la jurisprudencia y la doctrina internacional. De todas maneras, si se lee el texto del fallo, se advierte que los razonamientos del juez son persuasivos y, obviamente, debía ser así, porque la sentencia tiene como fin vencer con argumentos sean estos válidos o no, por eso el estilo es retórico. La otra forma de vencer sería con la espada y en estas épocas de “civilización” el argumento de la fuerza se descarta; es más sutil y aceptable el engaño. Es la diferencia entre la violencia  y el estupro.

Pero no son solo las sentencias  de las cortes internacionales las que se expiden en lenguajes extraños y alejados de la lengua popular. En la vida doméstica la proliferación de teorías construidas por pedantes juristas acerca del sentido del derecho y su aplicación a la justicia convierte sus providencias en jeroglíficos que reclaman intérprete para su comprensión,  de manera que en últimas los reos terminan aceptando la sentencia como una imposición respaldada en el poder del Estado y no en la fuerza de la razón, porque la razón es incomprensible. Es una justicia de pedantes que encubren su insensibilidad por la  estética  apelando al discurso farragoso para ocultar sus resentimientos vindicativos o sus protervos intereses mezquinos.

Y de esa pedantería tampoco se escapan los ministros y con mayor razón si se trata de economistas. Desde don Florentino González y Rafael Núñez, la hacienda pública en Colombia es ciencia oculta para los inocentes contribuyentes que tributan obligados por los alcabaleros, mas no por el espíritu de solidaridad que debe inspirar la ley y todo porque a pesar de su ingenuidad e ignorancia el pueblo, desde siempre, entiende que la oscuridad de las normas  sirve para esconder la intención torcida del poderoso de esquilmar a los pobres para favorecer a su casta.

 Ojalá,  como pronostica Bernard, un día los inocentes y los verdugos hablen el mismo lenguaje. Ojalá, un día, los impuestos sean justos con los ricos y los pobres. Ojalá que el año que viene todos, sin excepción, aprendamos a vivir en paz y la humanidad entera se despoje de  su egoísmo. Feliz 2013.