La paz del perdón
Implorar el perdón es tan difícil como otorgarlo. La disposición espiritual que exige tal actitud es tan indispensable que, en ninguno de los dos casos se alcanza la solución emocional, si no se cuenta con la sinceridad que alimenta el arrepentimiento de haber obrado equivocadamente o la generosidad de admitir la humanidad del otro
En esta hora crucial para la historia de una sociedad atropellada por el odio heredado por generaciones, allanar las barreras de la venganza y acercarse al escenario del arrepentimiento y la reconciliación no es un ejercicio que pueda agotarse en los procedimientos formales de la escenografía sino que, para que se alcance la paz que prodiga el dar y otorgar el perdón, hay que sentir la necesidad inaplazable de transitar el camino de la felicidad.
Perdonar e implorar el perdón no es un acto ritual motivado por la imagen del fariseo. No, perdonar es una decisión que exige la renuncia a una necesidad alimentada por la venganza u otro estimulo egoísta y en la que se involucra un sentimiento altruista y generoso que persigue la tranquilidad del espíritu.
Implorar el perdón es aún más difícil que otorgarlo. Pedir perdón es ni más ni menos que admitir el error de conducta, confesar la injusticia y prometer no volver a incurrir en ella, es el propósito de enmienda.
Como todo lo nuevo o renovado, el perdón ha salido ahora como un recurso utilizado para promover campañas y crear ilusiones. Los dogmas religiosos desde la antigüedad están plagados de invocaciones al perdón, como actos de humildad y reconocimiento interior de arrepentimiento, no obstante, en esta época de la imagen y de las comunicaciones el perdón se ha convertido en un sitio común, en un recurso mediático para movilizar mas no para sanar realmente el espíritu.
La moda se impone y es así como el Fiscal General pide perdón por sus errores pero de ahí no pasa, pues nada se hace para evitar que se repitan. En otras palabras, no anida el propósito de enmienda. Y como el ejemplo cunde, el Comandante de la Policía de Bogotá, tan pronto se entera del abuso cometido contra una reportera gráfica por parte de uno de sus agentes, sale presto a pedir perdón y, supuestamente, con esa actitud publicitaria se entiende reparado el agravio.
Lo que inquieta es la incógnita que cubre los episodios. ¿De verdad los ofendidos han aceptado el perdón que les imploran? Probablemente no. Y no han concedido el perdón porque en el inconsciente colectivo se sabe que no ha existido en ningún caso el sentimiento sincero que obligue a rectificar y mientras el ofendido no sienta la tranquilidad y la paz que le garanticen que la ofensa no volverá a ocurrir, el resentimiento, por no hablar del odio, permanecerá latente y la desconfianza impedirá que la convivencia sea un hecho fundamental en las relaciones entre quienes luchan por la paz y quienes hacen la guerra.