UNA semana después del anuncio de Iván Márquez, varias son las claves para entender el futuro inmediato de la violencia en Colombia:
1- Este no es un simple episodio más; es el punto final, o sea, la sepultura de la pérfida negociación emprendida por Santos y el mismo Márquez en La Habana.
Santos quiso que el mundo entero creyera que había terminado el conflicto en Colombia y que el premio Nobel así lo atestiguaba.
No en vano, en esa fábrica de manipulación, el país tenía que aparecer dividido trágicamente en dos partes: los amantes y altruistas defensores de la paz, y los despiadados enemigos de la misma.
Por supuesto, cuando las elecciones presidenciales del 2018 derrumbaron ese mito y, luego, el caso Santrich sacó a flote la verdadera naturaleza de lo negociado en La Habana, el país se hizo aún más consciente de la situación, de tal forma que ya nadie se traga el cuento de que acaba de aparecer, como por arte de magia, una “nueva guerrilla” orientada a socavar el sacrosanto proceso de paz de la idílica Colombia reconciliada.
2- Dicho en otros términos, el anuncio de Márquez ha sido una noticia de trascendental impacto mediático, pero en realidad no tiene nada de novedoso porque los colombianos ya lo intuían sabiamente cuando rechazaron los acuerdos de La Habana en el mítico referendo del 2 de octubre del 2016.
3- Por cierto, lo que está sucediendo ahora estaba perfectamente calculado desde aquellas transacciones en Cuba, cuando, cínicamente, el séquito santista aseveraba que un cierto porcentaje de la banda permanecería armado para garantizar el cumplimiento de los privilegios que estaba recibiendo.
4- El verdadero liderazgo de las Farc lo tiene y lo ha tenido Iván Márquez, no Timochenko.
Márquez condujo la negociación en La Habana con certera precisión intelectual y estratégica y exhibe un liderazgo carismático que Timochenko jamás ha tenido, a tal punto que este último solo goza del respaldo de la vieja nomenclatura y de quienes vegetan en los Espacios Territoriales de Capacitación (o como terminen llamándose).
En ese sentido, Márquez sabe combinar a la perfección las habilidades militares con la narrativa ideológica, en tanto que Timochenko solo acumula grasa en el abdomen, sobrelleva con dificultad la cardiopatía, se hace fotos afectuosas con Iván Duque y cobra un sueldo millonario desde su poltrona parlamentaria.
Dicho de otro modo, para bien o para mal, Márquez es un caqueteño con las botas bien puestas. En cambio, Timochenko es un burócrata que sigue viviendo inmerso en la frívola bohemia de sus años mozos en los bares cercanos a la Plaza Roja de Moscú.