Las multitudinarias marchas que se vieron el jueves 21 de noviembre, el cacerolazo que espontáneamente estalló en la noche de ese mismo día y la continuación de las protestas en varios lugares del país, tienen un mensaje político que es necesario saber leer.
Es cierto que la jornada de protesta del 21N fue citada por las centrales obreras y organizaciones estudiantiles, pero no puede pasarse por alto que al mismo se sumaron los más diversos sectores sociales, desde empleados públicos hasta simples amas de casa, pasando por trabajadores independientes no sindicalizados y pequeños empresarios. Tan variopinta integración es sin duda una virtud, pero eso también es lo que dificulta encontrar un único mensaje reivindicatorio al cual entregar una única y concreta respuesta.
En las marchas hay toda clase de reivindicaciones. Desde los estudiantes que reclaman en contra del Icetex porque, dicen, actúa más con filosofía de banco desalmado que como promotor de la educación; pequeños empresarios hastiados de pagar más costos financieros que laborales; ancianos preocupados por la mesada pensional que se les va más en farmacias que en tiendas y trabajadores preocupados por todo: por los sueldos actuales, por las pensiones futuras, por la educación pública, por la salud robada y por que pasan más tiempo en Transmilenio que en sus casas descansando. Otros gritan por los líderes asesinados, por la paz inconclusa y hasta por Venezuela.
Por eso es la hora de la política. De la alta política que sepa encausar todo ese descontento hacía un gran acuerdo nacional, que como reclamaba Jorge Eliecer Gaitán por allá desde 1945, por fin logre cohesionar el “país político” con el “país nacional”. Es más fácil decir lo que no debe ser ese acuerdo que lo que debe ser. No puede ser uno burocrático entre partidos para, al estilo del Frente Nacional, repartirse milimétricamente los puestos. Tampoco puede ser uno coyuntural al estilo del proceso de paz con el M-19 de entregarles casa, carro y beca a unos cuántos. Tampoco se trata de incrementar programas asistenciales o de hacer revoluciones por decreto.
Se esperarían planes estructurales que superen las urgencias de la coyuntura y asuman la importancia de la perennidad. Un solo tema podría ser el comienzo. Dejar de hablar tanto de corrupción en abstracto para en su lugar aterrizar el discurso y adoptar medidas concretas de control y solución que vayan más allá del simplismo de incrementar las penas del Código o de crear nuevos tipos penales.
O cumplir por fin con la solución al tema de la tenencia de la tierra, para de una vez por todas resolver varios problemas al tiempo. Acabar con la deforestación que inician los colonos por física necesidad pero que termina en usos inadecuados de la selva, consolidar los procesos de restitución para devolver la tierra a los desplazados con respaldo de las FF.AA. de modo que permita crear una retaguardia segura para nuestras Fuerzas en esos territorios y por ahí derecho acabar con el uso ilícito de la tierra.
Ni Roma se hizo en un día, ni los problemas de Colombia empezaron ayer, pero las soluciones si deben comenzar ahora.
@Quinternatte