EN lo atinente a la defensa de su soberanía Colombia no ha tenido gratos antecedentes. Después de correr con variada fortuna en la delimitación de sus fronteras, allá por el siglo XIX, en el siguiente sufrió la oprobiosa pérdida de Panamá y, al comenzar el XXI, padeció la afrenta nicaragüense.
En lo relacionado con su soberanía tecnológica las cosas no han sido mejores, especialmente en el caso de la utilización y regulación de nuestro segmento orbital geoestacionario. Como nuestros lectores lo saben, la GEO es el lugar ideal para colocar los satélites de comunicaciones. En la década de los ochenta nuestros derechos e intereses tuvieron eco en el Comité del Espacio de la ONU y se aspiraba a una regulación equitativa que años después se frustró por la incompetencia de nuestra Cancillería.
En este escenario espacial hemos vivido otra triste historia: la de no poder operar un sistema satelital propio, única forma de poder revindicar pragmáticamente nuestros derechos geoestacionarios. En la administración de López Michelsen, ese gran adalid de nuestro empeño geo, Indalecio Liévano Aguirre puso a marchar el proyecto SATCOL, que naufragó finalmente en medio de escándalos durante el gobierno de Turbay Ayala. Posteriormente vino una fallida licitación, sin pies ni cabeza, durante el segundo cuatrienio uribista.
Ahora han vuelto con el cuento y, sin mayor oficio ni beneficio, se habla de embarcar a Colombia en el lanzamiento de un satélite, a un costo de trescientos millones de dólares. "No estamos en capacidad de hacer esta inversión", ha dicho el vice Germán Vargas Lleras y con esta advertencia ha dado cristiana sepultura a tamaño despropósito, que no tiene estudios serios ni mayor viabilidad estratégica.
Sin embargo, si Colombia tuviera una política espacial seria, que ni tiene ni ha tenido, veríamos la importancia y la necesidad de embarcarnos en esta odisea espacial. Dado el exponencial desarrollo de las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones, TIC, hoy es fundamental para nuestro desarrollo digital contar con nuestra propia plataforma satelital. Brasil, México y Argentina han hecho lo propio.
Adenda. Estamos en Cali, la “Sucursal del Cielo” gozando de su civismo y renovación urbana. Que envidia. Y nosotros sufriendo a Petro.