Sin orden y sin autoridad
Alma bendita de Don Miguel Antonio Caro! En estos días de caos, nuestro talante conservador, ése que se inspira en el sacrosanto principio de autoridad y orden, se nos está revolviendo visceralmente al ver cómo este Gobierno es impotente para controlar los desmanes de quienes han convertido la protesta social en un arma letal y demencial.
Un país en llamas y unas medrosas autoridades que no atinan a saber qué es lo que está pasando, y mucho menos a meter en cintura a los desadaptados de todos los pelambres, es la noticia permanente con la que tenemos que vivir todos los colombianos. Pero, además, una población victima de unos dirigentes de pacotilla, que en nombre de unas supuestas reivindicaciones pretenden reclamar atención hacía necesidades que sí bien pueden ser justas, son el acumulado de muchos años de impotencia para resolver nuestro desarrollo. Pero lo grave es que exigen que todas ellas sean resueltas al mismo tiempo.
Cuánta falta nos está haciendo ese artículo 121 de nuestra antigua Constitución, que autorizaba la declaratoria de Estado de sitio que investía al Presidente de la República de las facultades necesarias para defender los derechos nacionales y reprimir los alzamientos.
Eran tiempos de Unidad y Autoridad, a la manera como las concebía Don Miguel Antonio y que como él mismo disertaba hacía relación a un territorio unificado como cuerpo político y a una autoridad llena de fuerza moral y prestigio político que administraba ese cuerpo republicano. El gran Caro nos advertía que cuando la paz y el orden público peligran hay que actuar con presteza y firmeza desde el principio y no cuando el incendio ha tomado creces.
Uno de los mayores y más lamentables pecados del Partido Conservador fue haber consentido no sólo con reformar el artículo 121 arriba mencionado, sino haber contribuido a su desaparición. Fue, como dijo un avezado político de la época, “haber dejado a nuestras instituciones en calzoncillos”.
Hoy vemos a un presidente Santos bien intencionado pero mal pertrechado para ejercer el mando. Si a esto se le suma que por herencia e idiosincrasia al mandatario no le gusta contrariar a nadie y por añadidura está acompañado de un equipo de gobierno que no ejecuta y que no cumple lo que promete, están dadas las condiciones para que se forme la “tormenta perfecta” que estamos padeciendo a todo lo largo y ancho del territorio nacional. Simplemente, lo que está sucediendo es que un libertinaje generalizado parece haber permeado toda la urdimbre social y como un nuevo Sida está aniquilando todas nuestras defensas institucionales.
Antaño el liberalismo se estrellaba contra el dique de las ideas conservadoras que evitaban todo desbordamiento y desmán. Pero ahora, en nombre de un mal llamado pragmatismo político, nuestro partido ha renunciado a su misión histórica de ponerles límite a los abusos. En esta forma todos a una, como en Fuenteovejuna, estamos contribuyendo a desvertebrar a Colombia.