Ernesto Rodríguez Medina | El Nuevo Siglo
Sábado, 30 de Mayo de 2015

OPINIÓN ORBITAL

Francisco, el gran reformador

Está en circulación  una estupenda y muy completa biografía del Papa Francisco, del británico Austen Ivereigh, que nos hace comprender su pensamiento y la visión de la Iglesia y nos lo acerca, en toda su sencillez campechana y gran erudición teológica. La obra lo muestra en sus tres grandes empeños reformistas -no revolucionarios, ni contestatarios-: la de los jesuitas gauchos, la de la Iglesia argentina y la de la Iglesia Universal. Reformas que nos están convirtiendo  en “cristianos serios” y nos deben acercar a los pobres y a los más necesitados. 

Según el autor Francisco está revirtiendo el Viejo Orden. En lugar de hacer que la Iglesia local deba responder ante el Vaticano, está obligando a este a que sirva a la Iglesia local. Ello implica un reconocimiento a las Conferencias Episcopales nacionales y las jerarquías regionales, cosa que Roma no hacía anteriormente. Es una manera de descentralizar hacia la periferia. Ello ha implicado un revolcón en la burocracia vaticana y en una gran cantidad de comisiones, consejos y consistorios. Mediante grandes auditorías internacionales ha restructurado funciones y responsabilidades, haciendo que hoy las cosas fluyan con mayor rapidez y transparencia, especialmente en los manejos financieros. En propias palabras franciscanas, “se busca  acabar con el alzaheimer espiritual y la esquizofrenia existencial”, de muchos de sus más cercanos colaboradores.

Así está acabando con los gastos suntuarios, los lujos y las extravagancias. Se ha producido una reducción de grandes limusinas -el propio Papa usa un pequeño sedán- y se han dejado de lucir pomposas y suntuosas vestimentas clericales. “todos debemos despojarnos de la vanidad, la arrogancia, el orgullo y evitar ser cristianos de pastelería”. Un simple pectoral de plata y no de oro, unos  viejos zapatos negros, en vez de sandalias moradas de terciopelo y una sencilla sotana blanca sin oropeles, son su diaria vestimenta y su trato se ha vuelto de cariñoso tuteo, sin ceremoniosos circunloquios. Se ha convertido en un simple cura de aldea, “un párroco del mundo”, como  gusta que lo califiquen. 

Este ejercicio del poder personal, casi artesanal y coloquial, en donde su alma de simple jesuita  choca constantemente con los oropeles imperiales, está enfatizando su ferviente deseo por “Una Iglesia pobre para los pobres”, en donde sus grandes posesiones estén al servicio de los sin techo ni comida. “Quiero que la Iglesia salga a las calles, lejos de todo clericalismo. Quiero  que las parroquias, los colegios dejen de encerrarse. ¡La Iglesia no puede ser una ONG!”. En la búsqueda de una unidad en la fe, advierte que “Yo no quiero convertir a los evangélicos al catolicismo. Yo lo que quiero es que la gente encuentre a Jesús en su propia comunidad”.

Hace pocos días les dijo a sus fieles en la Plaza de San Pedro: “Si la Iglesia está viva, siempre debe sorprender. Una Iglesia que no tenga capacidad de sorpresa es una Iglesia débil, enferma y agonizante y debe ser llevada cuanto antes a una sala de reanimación”.

ernestorodriguezmedina@gmail.com