Botín de guerra
Cualquier desprevenido observador de lo que está ocurriendo en torno de la mesa de negociaciones en La Habana podría inferir que las Farc llegaron allá después de triunfar en su lucha subversiva de 50 años. No podría concluir cosa distinta, si hace caso al comportamiento casi altanero de sus negociadores, que hoy pretenden ser los grandes salvadores de una democracia que estuvieron casi a punto de acabar.
Desde que se sentaron en esa ménsula, a la consigna gubernamental de "no acordar nada hasta que todo esté acordado", ellos ripostaron con un "todo o nada", en lo tocante a su mochila de no ya de aspiraciones sino de reclamos y exigencias.
Comenzaron dejando por sentado que ellos nunca han sido terroristas sino que ese papel corrió por cuenta del Estado, declarándose, en consecuencia, victimas y no victimarios de un conflicto que los insurgentes han elevado a cotas demenciales. Luego asumieron la defensa a ultranza de un campesinado que ellos mismos masacraron sin contemplaciones a lo largo y ancho del territorio nacional y se erigieron en los grandes reformadores y salvadores de un campo que, durante cinco largos decenios, trataron como tierra arrasada.
Como si fuera poco han reclamado la disolución de las Fuerzas Armadas que durante todo este tiempo le han hecho heroico frente y han desconocido el mérito y la capacidad de nuestra justicia para poder juzgarlos y que sus crímenes no queden en la impunidad.
Ellos, además, han impuesto los “tempos”, logrando que las conversaciones trascurran a la velocidad que ellos mismos le impriman y han logrado, por momentos, en que un diálogo que debiera ser fluido por las urgencias temáticas, se vuelva un diálogo de sordos.
Adentrados ya en la temática de la participación política los faracos han escenificado su propia versión de lo que debería ser una total y profunda reforma de nuestras instituciones. Sus "Propuestas Mínimas" comienzan por enterrar nuestro más que bicentenario régimen presidencialista y finiquitar nuestro sistema bicameral parlamentario. Avanzando en el "necesario e inaplazable proceso de democratización real del Estado y de su régimen político", cacarean sobre los derechos a la información, a la oposición y a ser gobierno, reclamando la convocatoria a una nueva Asamblea Nacional Constituyente. ¡Alma bendita de Don Miguel Antonio Caro!
Desde que el presidente Santos, en forma pragmática, se comprometió con el proceso de paz, hemos sido sus más firmes y fieles defensores. Colombia no puede continuar en este desangre. Sin embargo, como dicen los bugueños "una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa". Estamos negociando la paz para Colombia, pero no feriando a Colombia.
El inmenso espacio político que gratuitamente se han ganado ahora las Farc, no debe ser usado y abusado por sus voceros para darnos lecciones sobre tópicos que ellos han desconocido y pisoteado sistemáticamente. No deja de ser paradójico que nos aleccionen sobre democracia quienes han estado a punto de que Colombia se convierta en un Estado fallido. Y todo esto en medio de micrófonos y amplificadores.
Es tiempo de ponerle coto a toda esta parafernalia que, si somos justos, cobija a ambas partes de la mesa. Estas reflexiones no son fruto del pesimismo sino de un optimismo bien soportado.
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Adenda
Ahora el Gobierno le garantiza micrófono abierto a toda clase de delincuentes.