Chávez: ni dictador ni demócrata
"Colombia fue víctima de su bipolaridad ideológica"
La figura de Hugo Chávez ya pertenece a la historia y, muy seguramente, será recordado como un carismático líder caribeño que cambió los destinos de su pueblo. Como lo anotó el editorial de nuestro diario, fue su genuino sentido social lo que le valió ese profundo arraigo popular. A pesar de haber dilapido una inmensa fortuna nacional -más de ochocientos mil millones de dólares en sus catorce años de mandato- pudo mejorar las condiciones de vida de muchos marginados con masivos programas de salud, educación y alimentación. Sin embargo, ensimismado en su visión mesiánica y "encarretado" en su famoso y trasnochando "Socialismo del siglo XXI" desperdició la oportunidad histórica de acabar de raíz con la pobreza en su país. Era evidente que fue más un soñador de ilusiones que un gestor de realidades.
Para hacerle justicia a su figura, Chávez no fue un dictador al viejo estilo latinoamericano. Fue ante todo un autócrata que impuso su férrea voluntad en todas las instituciones y moldeó sus todas sus acciones ejecutivas, legislativas y judiciales según sus intenciones y pretensiones. Se cuidó de guardar las formas y las apariencias democráticas, pero estuvo siempre lejos de ser un demócrata en el sentido real de la palabra. Como autócrata convencido sólo valía su voluntad y su credo. La otra verdad simplemente no existía y por ello no toleraba el disenso y la crítica y menos la existencia de otras opciones. Si bien nunca se manchó las manos de sangre, no dudo en encarcelar a quien le confrontaba. Y aunque predicaba el amor, sembró el odio como arma política. Fue un intolerante irredento. Su prepotencia era insana.
Sin embargo fue un místico visionario de la unidad y de la integración latinoamericana y con sus petrodólares compró y enajenó lealtades, desde Centroamérica, pasando por el Caribe y llegando hasta la Patagonia. Fue un buen amigo de sus amigos socialistas y un duro crítico de todo lo que oliera a capitalismo. Mandó al lugar indicado a los gringos, pero nunca dejó de venderles su petróleo. Le gustaron siempre las amistades peligrosas, pero sabía calcular los riegos. En esto era un malabarista. Un líder de talla mundial que vio en las relaciones internacionales la oportunidad de ganar audiencias para su causa. Del protagonismo que llegó a lograr da fe el impacto mediático de su partida. Y si bien el rey de España lo mandó a callar, él se cuidó mucho de que su voz contestataria se escuchará en casi todas las latitudes.
Sufría de bipolaridad ideológica crónica. Colombia fue la principal víctima de esa tara. Su relación con Uribe finalizó en los peores términos, pero pudo arreglar las cargas con Santos. Y si bien fue un descarado aliado de la guerrilla -no sólo de las Farc sino también del Eln- terminó siendo un factor determinante para facilitar el proceso de paz en curso. Como todo caudillo que se respete siempre se creyó inmortal y no se preocupó por preparar su sucesión. Esto puede poder en serio peligro su legado. Se ha querido comparar erróneamente al chavismo con el peronismo. Este último ha sobrevivido setenta años porque siempre fue un partido organizado desde sus bases, cosa que no acontece con los seguidores del comandante Presidente, que son lo más parecido a una montonera.
Una cosa es cierta: los venezolanos tendrán que asumir su legado con beneficio de inventario. Tendrán que ponerle fin a esa crispación y confrontación si quieren que su país tenga futuro. La llamada oposición tiene ahora una oportunidad que no puede desaprovechar. Chávez se creía inmortal. Lo grave es que sus adversarios también lo creyeron.