OPINIÓN ORBITAL
La paz, ¿cómo me afecta?
El problema más grave que vivimos los colombianos es, sin lugar a dudas, el conflicto armado que lleva más de 50 años y que ha causado miles de muertos, una profunda devastación en bienes y servicios y ha producido grandes heridas, sin cicatrizar, en la psiquis nacional.
Sin embargo, frente a tamaña confrontación la mitad del país pareciera mantenerse indiferente y luce como si no fuera un asunto propio. La otra mitad sólo atina a recomendar que ese desangre termine con la aniquilación de la insurgencia terrorista. Ese escenario maniqueo es el que hoy vivimos 47 millones de colombianos y por ello las conversaciones que se llevan a cabo en La Habana se proyectan como si su éxito o fracaso fueran asunto que sólo les compete al presidente Juan Manuel Santos y su equipo negociador.
Ante este panorama el ciudadano de a pie parece tener y expresar sentimientos encontrados. Como muchos de ellos no saben a ciencia cierta lo que se está negociando, tampoco pueden deducir cuáles son las verdaderas dimensiones de lo que se está comprometiendo. Todos somos unos convidados de piedra y cualquier tipo o modo de ratificación colectiva no forma aún parte sustancial del proceso, que sigue sometido a los vaivenes de lo imprevisible.
La firma de la paz, nos lo dicen a diario, es un anhelo de todos los colombianos. Cierto. Pero también lo es que muy pocos se han detenido a reflexionar cómo y de qué manera este suceso afectará nuestras vidas y cuál deberá ser nuestra participación y compromiso personal, profesional y social, con esas nuevas circunstancias de lo que se ha dado en llamar eufemísticamente "el posconflicto".
Con un agravante. Acostumbrados como estamos a una precaria convivencia, que no contempla como norma social fundamental el ejercicio de la tolerancia y el respeto por los derechos y opiniones de los demás, los colombianos, por efectos de nuestra idiosincrasia, hemos crecido enamorados de nuestro propio ombligo...
Por ello si la paz llega y está tan cerca como nos dicen, ya es tiempo de que todos comencemos por esforzarnos en cambiar nuestra manera de relacionarnos y convivir en comunidad. Todos debemos hacer un esfuerzo por ser más indulgentes, pacientes y respetuosos del pensamiento y actuar ajenos. Solidaridad en comunidad, ya sea familiar, empresarial o social. Nos preocupa, en el macrocontexto, la inexistencia de una Agenda Oficial que invoque y convoque al esfuerzo común. También debería existir un compromiso más intenso del aparato productivo y de todo el liderato gremial.
Aparte de los enconados enfrentamientos políticos en torno del tema, uno no ve un camino claro por donde transitar hacia esos días por venir. Pero también de nuestra parte todos deberíamos ensayar en diseñar nuestra propia hoja de ruta Una labor pedagógica debería ir trazando las coordenadas del entendimiento nacional y la tan cacareada Cátedra de la Paz debería dejar de ser simples píldoras en el Boletín del Consumidor, para transformarse curricularmente en un ideario académico, en todos los ámbitos escolares y universitarios. La paz debe ser así concebida no solo como un propósito nacional sino un real activo generacional.
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Adenda
<BODY TEXT>Y las Farc, por su parte, deberían convencerse de que la paz es el mejor negocio para sus intereses. Mucho mejor que narcotraficar y esconderse en el monte.
ernestorodriguezmedina@gmail.com