“Lo que más aterra es la corrupción generalizada que se apodera de todo”
Vivimos una época triste y oscura. En vez de estar enfocados en construir un mejor futuro y reflexionar sobre lo que debe ser nuestra carta de navegación hacia la prosperidad, lo que acontece alrededor nuestro es ruin y vergonzoso.
Vemos gente que se acuchilla en los estadios de fútbol porque su equipo no gana, otros sin miedo a la autoridad, matan a cualquiera que se resista al robo de su celular; miles de mujeres y niños son violados diariamente, otros son desfiguradas con ácido por venganzas injustificadas o por celos; tememos la llegada de la noche y preferimos encerrarnos en nuestras casas. Realmente, Dante se quedó corto en su relato del infierno al compararlo con nuestra cotidianidad.
Pero si la inseguridad y comprobación de que aquí la vida no vale nada son evidentes, lo que más aterra es la corrupción generalizada que parece haberse apoderado de todo permeando incluso a la justicia.
Una sociedad en esas condiciones naufraga. La gente lo sabe y por ello anhela una justicia implacable frente a los flagelos descritos, generalizados y rampantes, que sufrimos que no son propios solo del ámbito de lo público sino presentes también en el sector privado.
Los italianos pudieron hacerlo en la peor de sus crisis, cuando con el movimiento manos limpias, nacido de la rama judicial, depuró la corrupción reinante.
En aquel momento unos jueces valientes y verdaderamente impolutos rescataron a ese país; después de una larga lucha la gente pudo sentirse tranquila otra vez.
En cambio aquí asqueados, tenemos que rescatar primero a la justicia de las garas del horrile monstruo que la secuestró.
Lo que en ciertos corrillos era un secreto a voces, ahora, con pruebas llegadas desde Estados Unidos, sabemos cierto, hasta las altas cortes están hundidas en ese pestilente fango.
Para dicho rescate debemos exigir una acción inmediata, movilizándonos masivamente, si fuera necesario, porque sorprendentemente este desastre pocos titulares ha generado en la gran prensa, que más bien pareciera querer minimizarlo.
Sin una justicia oportuna y eficaz, pero sobre todo libre de toda sospecha, volveremos a la espantosa ley de la selva en la que unos pocos fuertes y ricos impondrán su voluntad a los demás.
Ojalá las Escuelas de Derecho de las Universidades acreditadas hagan pronto una propuesta viable de reforma al aparato de justicia, pero sobre todo de la arquitectura de la rama judicial y sobre la mejor forma de integrar los altos tribunales.
Los Magistrados deben ser pocos e intachables. Los corruptos no solo deben ser castigados con penas ejemplares por el tribunal de aforados que se establezca, sino excluidos de por vida del ejercicio de la profesión de abogados.
La enseñanza de la ética debe regresar con fuerza al pensum de todas las carreras Universitarias. Pero, será necesario también que desde la educación básica se inculque la moralidad a todos los estudiantes del sistema educativo. Las nuevas generaciones deben aborrecer la corrupción y combatirla en todas sus posibles manifestaciones.
Restauremos la justicia y con ella lo demás.