EN alguna conversación con mi padre, Enrique Gómez le decía, con un típico apunte, por qué hoy, los hijos tienen tanta preocupación por la “realización” o el deber de “sentirse realizados”, tal vez para tratar de indicar que la vida traía su propia responsabilidad y que ante ella se trataba de marcar principios y faenas en el momento preciso. Y creo que éste fue su legado, actuar con valor, principios claros, con una gran capacidad de discernimiento y en oportunidad.
Tocar su vida resulta difícil. Seguramente me quedaré corta. Pero si quisiera escribir con sentido de gratitud porque pude compartir y trabajar con él, y entender que la cultura estaba de la mano de la política.
Y de nuevo, gratitud, por dejar impresa la importancia de actuar con nitidez, en el momento, álgido o no, incluso en los más duros, con la altura del convencimiento por el mejor actuar. Muchas veces la sola inspección de un hecho o un documento bastaba para fijar un criterio.
De ahí que todos los días tenía el editorial o la disonancia para estudiar y podía convidar a los amigos a discutirlo, incluso en agradables tertulias de debate. Por eso, las conversaciones telefónicas mientras pasaba mi turno, eran un deleite de historia, filosofía y política. Y claro de talante cachaco, por demás.
En otros de sus cotidianos apuntes, solía decir que su propósito en el Congreso estaba más en atajar el mico que en ser parte de la carrera, muy propia del colombiano, de presentar y presentar leyes muy bien escritas que no se llegaren a cumplir. Donde, volvía a jugar el buen criterio.
Los asuntos de defensa y seguridad del Estado, de soberanía, diplomacia y cooperación internacional y de hacienda pública fueron de sus preferidos en el Legislativo. Mas no bastaba con admirar a la Fuerza Pública para cuando se llegaba el momento de estudiar un ascenso y se hiciera con el detalle la revisión de la hoja de vida -no del resumen- y estar lo más seguros posibles de sus calidades. Igual lo era cualquier enmienda de un convenio multilateral. Inclusive presentó ponencia positiva al proyecto de ley que hablaba por primera vez de seguridad democrática en el gobierno de Pastrana.
En temas de Presupuesto Nacional, lo mismo. El ojo no sólo estaba en los índices comunes sino, ante todo, en las partidas no especificadas y en las vigencias futuras. Bien decía que al Estado le resultaba muy fácil poner la palabrita “varios” a rubros de gastos. Por supuesto, la austeridad y transparencia era el principio.
Algunas veces medidas de gobierno u otros hechos que lo contrariaban los masticaba hasta cuando le resultaban un peso grande ante los cuales no podía hacer silencio ni “dejar pasar” porque realmente le representaba una carga moral no actuar en favor del país.
Su discurso siempre fue una clase de filosofía, con argumentos y contrargumentos. Sus maneras eran propias de esa caballerosidad, parte de su generación. Siempre quiso despertar la vocación de poder y el activismo conservador, aún en los desiertos.
A la Corporación Pensamiento Siglo XXI, fruto de su creación, nos queda convertirnos en un centro que contribuya con la misma altura con propuestas nuevas de política pública.
Gracias, a un maestro.
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