A pocos días de definirse la elección del presidente de Colombia para el cuatrienio 2022-2026, en medio de un empate técnico de los candidatos según las encuestas, el país vive una profunda tensión política generada por el tinte de la contienda electoral.
La polarización ideológica, el fervor y los escándalos; la sombra del mal llamado estallido social de hace un año, que perturbó con bloqueos, violencia y vandalismo la protesta social; las acciones de campaña sucia, el persistente agravio y las constantes enmiendas de los candidatos; las grabaciones y la puesta en escena de estrategias sin límite ético como la reaparición de intenciones de acuerdos por debajo de la mesa para levantar la extradición marcan una especie de agonía electoral.
Un debate que se convirtió en tres elecciones (vueltas), que a pesar de intentar tocar el centro se alineó entre la derecha y la izquierda con temores por la posibilidad de un abrupto cambio en el modelo económico, la actividad productiva y la concepción del manejo del Estado, hacen que estas elecciones se consideren distintas y extraordinarias, bajo una neurosis, nunca vista, que impregna a toda la sociedad.
Desde el análisis político, hay razones para argumentar por qué esta vez en Colombia los candidatos serán especialmente medidos en las urnas por el grado de miedo y confianza que despertaron, que son los pesos definitivos de cualquier decisión, según el maestro de la sicología del coraje, Daniel Putman.
En sus términos, en la medida que la balanza se mueve se puede optar por una decisión, en este caso el voto, cuando hay un miedo excesivo, es decir por cobardía; cuando se tiene una confianza descomunal, entonces es más bien irreflexiva; cuando se respira por la herida porque el miedo procede de un trauma anterior y entonces se pretende recobrar la confianza y por fatalismo o desesperanza cuando ya rueda y ni el miedo ni la confianza prevalecen.
En todas las opciones, la percepción de una situación en peligro o también la motivación de una fuerte causa juegan un papel central, tales como la pérdida de libertades democráticas o el riesgo de caer en una Venezuela o la lucha anticorrupción o la posibilidad de ganar oportunidades.
En este sentido, como el mismo candidato Petro lo dijo en entrevista a El País de España, le tocó concentrar las energías en romper miedos y en combatir la petrofobia mientras el candidato Hernández debió focalizarse en ganar y generar confianza. Esto en medio de un galimatías de ambas propuestas, a veces en un lenguaje difícil de comprender, no apropiado o con correctivos posteriores.
Afirmaciones de Petro como: no hay neutralidad en la Registraduría, el resultado tiene que ser transparente, en caso de fraude hay acciones legales que pueden evitar la confrontación, el tiempo de los excluidos sociales y esclavos, vergonzoso pasado junto a las estrategias de desprestigio al contrincante, generan crispación y lo obligan a aquietar las aguas, a dar explicaciones, en contraste con sus pronunciamientos de concertación y unidad como premisa de gobierno.
Hernández, por su parte, presenta un lenguaje único de lucha contra la corrupción, sentado en cumplir, no robar, no traicionar, no mentir, que es de fácil entendimiento, aunque también ha tenido que revirar y puntualizar el programa.
El voto esta vez parece ser un acto de dignidad, entre la neurosis, el miedo y la confianza, que despierta el honor y el coraje propios del colombiano, como si se tratara de un alistamiento de dos polos para una batalla electoral, que confiamos a nuestra tradición democrática.
*Presidente Corporación Pensamiento Siglo XXI
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