Lo más impactante de las elecciones presidenciales en EE.UU., cuyo ganador aún se desconoce, fue la expresión empoderada y pacífica de cada ciudadano. Más que en otras ocasiones, fue consciente del valor de su voto para dirimir la más polarizada y reñida contienda electoral de las últimas décadas. El martes hubo un récord histórico de votantes, incluidos los más de 100 millones que lo hicieron de forma anticipada. Cada uno se sintió parte decisiva en la democracia. Ejercieron su derecho a elegir en medio de la recesión económica y de la pandemia, que ha dejado 233.000 muertos en ese país.
Al gobierno colombiano le quedan unas pocas horas para clarificar su posición y honrar la tradición en materia de política exterior con EE.UU. Esta se rigió siempre por una regla fundamental: no inmiscuirse en las confrontaciones partidistas de nuestros vecinos del norte, para evitar que los temas bilaterales se convirtieran en asunto controversial de la política estadounidense.
Superadas las dificultades en torno a la separación de Panamá, a principios del siglo pasado, se ha mantenido una política de entendimientos, colaboración y acuerdos.
Es lo sensato, teniendo en cuenta que estamos ante nuestro principal socio y que las buenas relaciones son fundamentales para mantener un intercambio fluido de las ayudas del contribuyente principal que tiene Colombia. Este es un aspecto de importancia excepcional, no sólo en temas económicos sino de seguridad, en una democracia tan asechada como la nuestra.
Debemos considerar las implicaciones que tiene incluir lo referente a Colombia como preocupación exclusiva de uno de los dos bloques de opinión en que acostumbra dividirse la ciudadanía norteamericana, cuando elige a sus gobernantes.
Por eso es de la mayor importancia aclarar los rumores según los cuales nuestro país se alineó con uno de los dos candidatos que, en el momento de escribir este artículo, todavía están disputando la presidencia.
La política tiene que seguir siendo bipartidista, para mantener en el mejor nivel las relaciones con republicanos y demócratas. Solo así se conseguirá que lo relativo a Colombia sea una verdadera política de Estado, que no esté sujeta a los vaivenes electorales cada cuatro años.
De igual manera, nuestras decisiones domésticas en relación con Norteamérica, deben obedecer a una política de Estado, de ninguna manera sujeta a unos cuantos votos que cambien el color de los gobiernos, que delinee un marco general para el comportamiento de nuestro país en la cada vez más complicada geopolítica mundial. Lo cual cobra mayor importancia ante el acoso a Colombia por parte de vecinos empeñados en crear inestabilidad.
Para no ir más lejos, en las diferencias con países fronterizos, como Venezuela y Nicaragua, están en juego no sólo nuestra seguridad, objetivo de la exportación de la revolución bolivariana, sino también nuestra soberanía y nuestro territorio. Necesitamos al gobierno de EE.UU.