Estados Unidos se encamina a unas elecciones presidenciales en un contexto totalmente desconocido e incierto, marcado por el coronavirus, por la crisis económica derivada del mismo y por una creciente crispación social que se ha acentuado en los últimos meses no sólo por el impacto de la pandemia, con millones de nuevos desempleados, sino también por la herida racial nunca restañada que, de manera recurrente, sacude a EE.UU. Una vez más, hace apenas unos meses, un hombre afroamericano, murió en manos de un policía blanco. Una vez más, la herida de la población se abrió.
Quizás, debido a la escasa afinidad del presidente Trump con los hechos y, por extensión, con la población afroamericana de EE.UU durante todo su mandato, el asesinato de George Floyd resultó en una marea de protestas en todo el país que pareció acorralar al Presidente. Se le vio además, con biblia en mano a las puertas de una iglesia, lo que terminó de irritar a gran parte de la población y por lo que fue duramente criticado en medios de comunicación. Sorprendentemente, un Presidente que ha sido capaz de sortear procesos de destitución (impeachment) que se abrió en su contra en el Congreso, que logró mantener unos índices de popularidad del 50% cuando la pandemia estaba golpeando más fuerte a los EE.UU y la economía se hundía, ha sido incapaz de refrenar sus instintos incendiarios e intentar trabajar por la reconciliación social que urgentemente necesita.
Fue éste, en mi opinión, un grave error, en un momento clave. Lo demás es historia ya conocida: las encuestas le sitúan por debajo del candidato demócrata Joe Biden, en algunos casos hasta un 15%.
Los demócratas no olvidan, además, que en 2016 Hillary Clinton sacó 3 millones más de votos que Trump, quién se vio beneficiado debido al complejo sistema electoral norteamericano.
La caída de Trump en las encuestas no obedece sólo a la crispación racial derivada del caso Floyd. Su cuestionada gestión de la crisis sanitaria tiene mucho que ver también.
Lo que sí parece claro es que en esa caída poco ha tenido que ver el candidato democráta Biden, a quién se le ha llamado ya "el gran beneficiario de la pandemia". Recluido cómodamente durante meses en el sótano de su casa, ha optado por evitar el enfrentamiento directo. No olvidemos que Biden cumplirá próximamente 78 años. Tan sólo en la Convención Demócrata se pudo ver ganar en visibilidad y lanzar mensajes más contundentes a su rival.
Con la nominación de Kamala Harris, como vicepresidencia, Biden gana un componente importante del electorado pues es la primera mujer, además afroamericana, en optar a la vicepresidencia. No le faltan méritos profesionales y cuenta con una valiosa trayectoria como Fiscal general de California y senadora para dicho Estado.
Mientras tanto, habrá que estar atentos a la esperada recuperación económica en EE.UU, principal baza de Trump, para ver si es capaz de remontar en las encuestas en los dos meses cortos que quedan por delante. En su contra juega el voto por correo que en muchos Estados puede empezar a ejercerse a partir del mes de septiembre y que este año, por la pandemia, tendrá un papel más importante. A su favor juega el llamado voto de vergüenza: muchos de los encuestados no se atreven a revelar en una encuesta que realmente votarán por Trump.