El tema de la corrupción o como se suele decir, la distracción de recursos del Estado para fines no previstos como son el engrosamiento de los bolsillos de personas a quienes no les corresponde, es algo de lo cual siempre se ha hablado aunque que en forma callada si cabe la expresión. Lo cierto es que casi nunca se ha sabido ni se ha conocido abiertamente sobre esas prácticas pero sí se observa cómo ciertas personas conocidas en la política, en los medios empresariales y en general en ciertos círculos, de un momento a otro resultan no ser tan tontos como para no darse cuenta de los saltos inusitados e imprevistos en sus haberes.
En los últimos meses la opinión pública se ha visto conmovida por las acusaciones que han caído sobre este tipo de personas que han sido llevados a los estrados judiciales; todo el mundo espera que las investigaciones del caso prosperen y lleguen a resultados que sean incontrovertibles.
Sí vale la pena hacer algunas reflexiones del por qué nos suceden estas cosas. La condición humana es bastante proclive a obtener resultados con el menor esfuerzo posible. Así, pues, el asalto a las arcas públicas que suelen tener bastante dinero, se convierten en objetivos de quienes se ingenian las maneras de llegar a ellas sin rastros. Desde cuando la cocaína se convirtió en un bien de consumo con precios que desafían las previsiones del trabajo honrado y laborioso se desató una ambición casi irrefrenable para algunos de hacer dinero en grandes cantidades pero rápidamente. Un grupo de nuestra sociedad se ha contagiado con la fiebre de hacer dinero en altas cantidades valiéndose de sistemas y métodos que para el común de la gente resultan imposibles de imaginar.
El tráfico de estupefacientes se ha convertido en un mecanismo que suele dejar grandes rendimientos positivos o negativos. Estos últimos se consideran superables por lo cual siempre hay más gente involucrada en su tráfico. Pero el deseo de hacer dinero rápido y sin esfuerzo sigue vigente. ¿De alguna otra forma se puede explicar el auge del procedimiento de Odebrecht para hacerse a contratos con el Estado si no era comprando la conciencia de quienes en alguna forma tenían en sus manos o en su imaginación la capacidad de decidir o de influir en las decisiones? El estado de corrupción no se quedó allí sino que permeó a la justicia; la compra y negociación de los fallos parece que llegó a convertirse en actividad lícita.
La justicia, a pesar de los golpes que le han asestado quienes están encargados de administrarla, continúa siendo una de las bases para la preservación de las instituciones nacionales. Que algunos de sus miembros sean objeto de vituperio y desprecio es distinto. Ojalá que las investigaciones por virtud de los sindicados, no se convierta en otra burla a la justicia. Reconocemos que si los Estados Unidos no se ocupan de Odebrecht, continuaríamos con los comentarios sordos, sin resultado serios.
¡¡¡Bienvenido Francisco!!!