Ante la pregunta que se plantea Noam Chomsky en el sentido de establecer quién domina el mundo, cabe preguntarse por el papel que juegan los intelectuales en la era de la globalización, de tensiones entre la modernidad y los valores tradicionales, que permitan visualizar hacia donde se orienta el mundo.
Recordemos con Chomsky que el concepto de intelectual, en el sentido moderno, cobró particular importancia con el Manifiesto de los intelectuales de 1898, en el que “los dreyfusards, inspirados por la carta abierta de protesta de Émile Zola al presidente de Francia, condenaron tanto la acusación infundada al oficial de artillería francés Alfred Dreyfus por su traición, como el posterior encubrimiento militar.” A partir de ahí comenzaron a ser vistos como los “defensores de la justicia que se enfrentan al poder con valor e integridad “.
El papel del intelectual en la vida contemporánea no puede ser distinto al de ayudar a pensar o repensar nuestras sociedades, al de abrir caminos y construir espacios de reflexión que contribuyan a enderezar el rumbo colectivo, en momentos de crisis, teniendo por base la defensa de los valores de la civilización. Su papel no es el de afiliarse a la escuela del pensamiento único, sino a la corriente del pensamiento crítico y diverso; es el de observar la marcha de la sociedad y sus relaciones con el poder o con las organizaciones estatales para procurar la justicia y la convivencia civilizada.
A propósito de la elección de Trump los analistas han ofrecido toda clase de explicaciones, pero han coincidido en que es la consecuencia de una tendencia populista de derecha. Lo cierto es que se percibe una desconexión notoria entre la dirigencia y las realidades de nuestro tiempo, y cuando ello ocurre surge algún intérprete del anhelo de cambio que recoge sus angustias y sus necesidades más sentidas. Por ello debemos evaluar con mayor rigor la relación causa-efecto de los fenómenos sociales, como el que produjo la elección de Trump, porque nos hemos quedado en la epidermis tratando de explicarlo por la vía del péndulo, como producto de los ciclos de nuestro devenir histórico.
Todo indica que estamos asistiendo a una época en la que el ciudadano quiere hacerse sentir por encima de los partidos, como si estuviéramos de regreso a los tiempos de la democracia directa. La eclosión que estamos viendo en el mundo es la expresión de la crisis de las organizaciones políticas, de las ideologías, de los liderazgos y, también, de la falta de comprensión e interpretación adecuada de la dinámica cambiante de la sociedad, que es el papel de los intelectuales.
Como dice con agudeza el escritor argentino Martín Caparrós, “el 2016 fue el año que demostró que muchos de los que nos dedicamos a contar y pensar nuestro tiempo no entendemos lo que pasa en nuestras sociedades; el año en que tantas personas, en distintos países, de distintas maneras, chocaron de pronto con una roca oscura y descubrieron que esa roca era el mundo en que viven, su país, sus paisanos.”