El caudillismo ha sido un fenómeno característico de la vida política latinoamericana en cuyos países se han impuesto a lo largo de los años liderazgos muy fuertes de origen civil o militar, quizá porque las instituciones en las nacientes repúblicas eran muy débiles y tomó mucho tiempo su consolidación y la relativa estabilidad democrática que han ido adquiriendo. En ello se nos fue el siglo XIX y gran parte del siglo XX. Esa circunstancia quizá explique por qué los partidos y movimientos políticos en el escenario latinoamericano han sido básicamente caudillistas.
Es como una herencia que nos dejaron los héroes de la Independencia y los forjadores de nuestra nacionalidad que no hemos podido superar del todo a pesar de la vocación civilista de las instituciones y de las constituciones que se han ido adoptando. Ejemplo ilustrativo de ello lo constituye el peronismo en Argentina, cuyo caudillo, Juan Domingo Perón, y sus esposas, ejercieron una influencia determinante en los destinos de su país. Y Venezuela tuvo su primer presidente por elección popular en 1948 en cabeza del escritor Rómulo Gallegos, quien solo duró 9 meses en el poder.
Entre nosotros no es sino recordar que en el siglo XIX el caudillo militar, general Mosquera, ocupó en cuatro momentos la presidencia de la República, y Rafael Núñez hizo lo propio al hacerse elegir para cuatro periodos presidenciales. El consenso es que el siglo XIX fue esencialmente caudillista. Por ello Vázquez Carrizosa en su célebre libro El poder presidencial en Colombia sostiene que la historia del país de esa época se confunde con la biografía de sus caudillos.
Colombia no ha sido ajena a esa realidad y por ello historiadores y analistas encuentran que, de algún modo, esa ha sido una constante en la trayectoria de nuestros partidos. Y de ahí viene, posiblemente, la influencia que siguen manteniendo los expresidentes en la vida de las agrupaciones políticas que, al pasar por el gobierno, dejan una estela de amigos en los distintos ámbitos de la administración pública que siempre añoran el regreso de su líder o jefe al poder. Ello nos demuestra que si bien la militancia de los partidos debe seguir más ideas o doctrinas, la gente siempre busca el líder con el que más afinidad encuentre o más se identifique o que mejor interprete sus angustias y necesidades.
Algunos creen que en el siglo XX esa realidad ha cambiado un poco. El caudillismo va acompañado de liderazgos vigorosos que, inclusive, llegan a situarse por encima de la dinámica de los partidos, alguna relación ha guardado con la figura de la reelección presidencial, aunque no se da en todos los casos.
De la mitad del siglo XX para acá el caudillo más recocido fue Gaitán, y podemos decir que lideraron movimientos caudillistas López Michelsen con el M.R.L. y el general Rojas Pinilla con la Anapo. Ahora le hemos oído decir a algunos de los aspirantes presidenciales que hay que acabar con el caudillismo, pero hay que concluir que esa ha sido una tendencia atávica del temperamento de algunos sectores de la sociedad colombiana.