La capacidad de gestionar con otros gobernantes hace parte de la gobernanza democrática y la buena administración de la gobernanza en general, que es su elemento principal. Alcaldesa Claudia López no limite su gerencia, que no olvidará la historia, con falta de socialización de los proyectos y menos con una crítica permanente al gobierno nacional. Bogotá ya padeció una gerencia propensa al caos y al conflicto y la única que pierde es la ciudad misma.
El palo no está para cucharas. La solución a la crisis del Covid-19 obliga a no hacer las cosas más difíciles para la sociedad ni a suscitar mayores apremios. Bogotá, como ciudad capital, que tiene toda la capacidad para generar cerca del 25% del Producto Interno Bruto del país -el día antes de la pandemia- no puede ser víctima de una gobernanza de conflicto.
Ante la urgencia de enfrentar la pandemia, alguna apreciación a la gestión presidencial pudo ser válida, pero las salidas constantes desde la alcaldía, varias públicas y directas al primer mandatario -quien termina por contestar- y a otras muchas cuestiones del orden nacional, terminan por incomodar a una sociedad civil, ya con suficiente estrés por la emergencia sanitaria y económica.
Aún parece que el Concejo, con algunas excepciones, mantiene un buen diálogo con la alcaldesa, no obstante hay desarmonía con el Secretario de Gobierno, donde el punto el reconocimiento a la independencia de la labor legislativa y de control político y el vacío en la socialización de los proyectos y así hacer conocer con anticipación y debate el deseo y las razones de aplicar tales programas o políticas.
Es conocido el aislamiento tanto del gobierno nacional como del Congreso de las preocupaciones que atañen a Bogotá, con bancadas poco consolidadas -que no es el caso para esta legislatura- y por ende la débil relación de la Nación con la Capital. Por ello, es preciso fortalecer ese binomio y los hechos justifican establecer la función específica de enlace entre el gobierno local y el nacional, a través de una persona o comité, que entre otras convoque a la empresa y la ciudadanía.
En recinto cerrado podrían armonizarse esas fuertes desavenencias, a no ser que se trate de una estrategia premeditada de rifirrafe político, poco indicada para la coyuntura actual. Pasadas las decisiones de urgencia manifiesta y confinamiento, el espacio está para la focalización, para el re-imaginar de moda, la política disruptiva y re-configurar lo inflexible al cambio. Acciones que requieren no dispersar la atención, como lo puede ser irse por la tangente en las diatribas al gobierno nacional.
El contagio sigue, el virus aún está latente y la economía necesita cambiar. El momento exige disponer focos de atención prioritaria, como pueden ser la venta informal, los habitantes de calle y los jóvenes. En San Victorino, por ejemplo, abierta la economía, las medidas de autocuidado y distanciamiento son incumplidas y simplemente ha vuelto a lo de siempre. Es el momento para nacientes costumbres. La venta informal puede aprender, mientras la economía exija su permanencia, a ocupar más no invadir el espacio público, con normas de higiene, organización, proyección de imagen y distancia prudente.
*Presidente Corporación Pensamiento Siglo XXI
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