El baile eterno del amor | El Nuevo Siglo
Sábado, 22 de Agosto de 2020

La sacó a bailar en una de las fiestas que organizó Cayetano Gentile en el diciembre de 1945 y enseguida le propuso matrimonio. Desde entonces no volvieron a separarse en el baile azaroso, intenso y maravilloso de sus vidas. Mercedes Barcha Pardo nació el 6 de noviembre de 1932 en Magangué, pero sus padres, Demetrio Barcha y Raquel Pardo, vivieron algunos años en Sucre y en Barranquilla. Sus caminos se encontraron con frecuencia y ambos, Gabo y Mercedes, supieron esperar la oportunidad del matrimonio con la tranquilidad que concede la certeza del amor.

Basta conocer las peripecias del joven periodista, aspirante a escritor, para admirar la inusual afinidad de esta pareja. Mercedes estuvo al lado de su genio amado en las verdes y en las maduras. Navegaron tanto en las aguas negras de la pobreza como en el río de las sonrisas que lograron surcar gracias al trabajo disciplinado y a la pluma sin par del escritor más grande de la lengua castellana. Mercedes estaba allí cuando todas las Academias le entregaron a García Márquez el cetro de Cervantes. Severa en sus juicios, directa en sus afirmaciones, Mercedes rodeó de una valla alta la vida familiar. Mandaba en su casa y tuvo la sensibilidad preciosa de manejar a un bohemio famoso que comprendía la mirada escrutadora de su compañera, quien determinaba con un parpadeo al que debía ser bien tratado o al necio que se debía alejar. Pocas parejas en la luz de la celebridad han tenido tanta estabilidad, tanta complicidad y tanto amor.

El propio Gabo la llamó alguna vez la cancerbera de su vida, como le decían los que no la querían. Tampoco intentó que la quisieran. Le bastaba con las amistades de verdad y abría la capa para torear las multitudes que asediaban al Nobel. Por eso, Gabito le cedió la facultad de administrar los rencores y la gloria.

María del Pilar Rodríguez, Mapi, la más informada fanática de Mercedes que conozco, la recuerda como la faraona, la jirafa, la gaba, motes conocidos que bien representan “su personalidad de guerrera a carta cabal, que demostró que ese prestidigitador de la palabra que fue Gabriel García Márquez, no tuvo una gran mujer detrás. La tuvo a su lado”.  Ejercía el derecho de ser “propietaria del silencio tranquilo de la misión cumplida”.

Estas líneas de Mapi me hacen lamentar en voz alta que Gabito no haya tenido un biógrafo a su altura. La gran obra de Gerald Martin tiene un pecado original: El imposible cultural de que una fría mentalidad anglosajona comprenda el universo sudoroso y mágico de nuestro Caribe inmenso y asombroso. En el video “Cien Años de Inspiración”, de Caracol, Martin, hablando de lo que ignora, llama siniestro al pueblo de Sucre, del que dice Gabo que “desembarcamos en esa población como si hubiéramos nacido en ella… mi primera emoción fue de una libertad inconcebible...” (Vivir para Contarla).  Este solo ejemplo sirve para fundamentar el lamento que expreso.

En Dasso Saldívar hay más profundidad en el análisis de la gestación de cada obra de García Márquez, pero sigue faltando quien asimile toda la dimensión del mundo propio de Gabo y de Mercedes. Y que exalte, como se merece, la creación literaria a través del embrujo permanente del amor. Es que, con El Amor en los Tiempos del Cólera, Gabo quiso, en honor a Mercedes, “poner de moda la felicidad”. Ahora, siguen bailando en la eternidad.