EDUARDO VARGAS MONTENEGRO, PhD | El Nuevo Siglo
Domingo, 31 de Agosto de 2014

Tramitar las emociones

 

Eso  de renunciar voluntariamente a las emociones sencillamente no funciona.  Sí, suena muy bonito eso de desistir de la tristeza y comprometerse con la alegría, pero en la vida práctica, esa que vivimos usted y yo, las emociones van haciendo su aparición cuando corresponde. Imagine que en efecto se ha alejado de la tristeza, la erradicó por decreto de su vida y también por decreto decide estar únicamente en conexión con aquellas emociones que le gustan. ¿Qué pasaría si, en ese estado hipotético, su hijo adolescente llega con el corazón roto por su primera decepción amorosa? ¿Sería usted capaz de, con una risa de oreja a oreja, no poderlo contener, pues su empatía se atrofió por renunciar a la tristeza? ¿Qué ocurriría si, fruto de una crisis económica generalizada, las acciones en las que invirtió gran cantidad de capital terminan devaluadas y valiendo casi cero? ¿No sería justo sentir rabia, tristeza, miedo, frustración, dolor o todo eso simultáneamente?

Abrigar todas las emociones humanas es un derecho que tenemos. Sí, tenemos derecho al miedo, la rabia, la tristeza. Y, además de ese derecho, parte de nuestro aprendizaje vital está favorecido por esas emociones que hacen parte de las inevitabilidades de la existencia. En el imperio de lo fácil y rápido, fomentado a diestra y siniestra, se vende muy fácilmente la idea de la felicidad como bien supremo, pero no se vende tan entusiastamente el cómo conseguirla.  Se requiere mucho esfuerzo interior, conexión consciente y constancia en la gratitud y el aprendizaje para lograr que los estados de armonía y gozo permanezcan cada vez más tiempo en nuestra senda. La vida no se encuentra automáticamente en un valle de lágrimas, como tampoco en un jardín de rosas, sino que deviene entre esos extremos metafóricos.

La manera de superar emociones que nos impiden la armonía es atravesándolas, dejándolas ser, estar y pasar, tal como sucede con las gripas. Todos esos antigripales no lo son, pues en realidad alivian los síntomas, pero la gripa sigue, hasta que por sí misma se agota.  El duelo por la muerte de un ser querido no se termina firmando pactos inútiles con la alegría, sino llorando lo que haya que llorar, identificando qué apegos subsisten, reconociendo que el proyecto personal de vida sigue y permitiendo que la persona fallecida siga su viaje existencial. Es un proceso que toma meses e incluso años, y que es sano surtir para que finalmente se pueda recordar a ese ser querido sin dolor. 

Si somos capaces de identificar esas emociones que nos disgustan, las afrontamos, agradecemos por ellas y las tramitamos conscientemente, la armonía que llegue no será efímera y la calidad de vida alcanzada no será una farsa.

@edoxvargas