La escuela vital
Creo que el principal objetivo de la vida es espiritual, aunque ello a veces no sea ni evidente ni comprobable objetivamente. Si fuésemos de este planeta, no tendríamos necesidad de morir, de dar ese paso inevitable de regreso al lugar de donde vinimos. Pero nacemos y morimos en procesos que resultan irremediablemente parecidos: estamos muy cómodos donde nos encontramos, el útero o la vida, y de repente aparece la crisis que nos empuja hacia un túnel, bien sea el uterino o el cósmico, para iniciar una nueva existencia. Nacimiento y muerte marcan nuestra permanencia en la Tierra, diminuta en relación con la vastedad del Universo, y fundamental en la carrera existencial de las almas.
Venimos a esta existencia a cumplir una misión, un contrato que hemos firmado con la divinidad, como lo propone Caroline Myss en El Contrato Sagrado. Y venimos con un kit, como ese que se pide a los niños de pre-escolar, salvo que en lugar de cuadernos, juguetes y crayones, tenemos el mejor hombre posible para ser nuestro padre, la mejor mujer para ser nuestra madre, un cuerpo físico –imprescindible en este planeta material–, un ego, herramienta para conectar con la esencia, y las mejores condiciones existenciales para realizar el aprendizaje vital en el que estamos. La Tierra es una escuela, y cada ser humano está en ella haciendo el curso que le corresponde.
Considero que el objetivo, al terminar el curso, es acumular experiencias de ampliación de conciencia. Sí, el planeta es como un gran “concienciódromo”, en el que vamos danzando al ritmo de cada experiencia vital. A ello contribuye cada condición existencial, las llamemos buenas o malas: un logro profesional, una enfermedad, la muerte de un ser querido, la conformación de pareja, la paternidad, una quiebra, la riqueza, la pobreza… Cada ser humano tiene las condiciones que requiere para avanzar en conciencia. Lo que ocurre es que no siempre las reconocemos como tales: a veces pensamos que son más obstáculos que oportunidades. Pero si así fuera, no habría personas discapacitadas que compiten en los Paralímpicos, ni personas que han nacido en condiciones de pobreza que logran construir imperios financieros, como tampoco quienes superan un desplazamiento forzado o una terrible masacre.
Cada vivencia es una clave de aprendizaje que podemos convertir en condiciones de trascendencia o dejar pasar sin más. Podemos vivir cada momento como una oportunidad de crecer en conciencia. Ahí está la espiritualidad, en poder dar cuenta de cada experiencia que vivimos, y utilizarla hacia la trascendencia. Si hacemos eso, estaremos conectando cada vez más con nuestra esencia y cumpliendo el contrato para que cuando llegue la muerte hayamos aprendido lo que vinimos a aprender y sigamos evolucionando en conciencia.